No hay un espacio de la cultura donde el homosexualismo sea tan ferozmente reprimido como el fútbol. Solo en las grandes ligas europeas hay unos 1.000 jugadores de primerísimo nivel. Si en toda sociedad el 10% de los hombres son homosexuales, ¿cómo es que ni uno solo de ellos ha osado salir a la luz? En el fútbol, el homoerotismo es todavía experimentado como algo torvo, retorcido, siniestro, que debe ser vivido en la más tenebrosa y hermética clandestinidad. Aun prevalece la imagen del gladiador que recoge a las bellas como flores tiradas desde las graderías, después de cada gol, y con ellas trenza una guirnalda para lucirla en la gran pasarela del mundo. CR7, por ejemplo, es un coleccionista de orquídeas: las modelos despampanantes se cuelgan de él como el adjetivo del sustantivo: son parte constitutiva de su imagen.
“La vida es mujer, solo se enamora del mejor guerrero” –decía Nietzsche–. Pero el mundo debería recordar que Alejandro Magno, el más grande guerrero que jamás viviera, era homosexual. Tal debe ser también el caso de muchos futbolistas que adoptan la imagen del macho unidimensional, 100% heterosexual, muralla de granito, coloso de Rodas, topografía muscular como el Himalaya, y falo cual el Faro de Alejandría. ¡Cuánto dolor, ansiedad y auto-negación conlleva esta nefasta concepción del hombre! Criaturas escindidas, psíquicamente fracturadas, que pasan por la vida ocultándose, amordazadas, condenadas a la supresión de sus afectos y sus dilecciones sexuales. Pienso en ellos y me sangra el corazón: forzados a vivir como esquizofrénicos, alienados de su verdadera, profunda, irrenunciable sexualidad.
En Madrid está causando sensación una obra de teatro de Antonio Hernández titulada El gol de Alex : un futbolista se enamora de un conocido comentarista deportivo, y decide vivir su homosexualidad abiertamente. La pieza tiene patas arriba a todo el país, y se está convirtiendo en un hito en la historia de la población LGTBI y el deporte. Con respecto a la lucha por los derechos gay, el fútbol está aun en la Edad Media, bajo la atroz mirada de los modernos Torquemadas.
Dejen a la gente ser feliz, señores, y procuren también serlo ustedes… si es que el inquisitorial e implacable policía que llevan dentro se los permite.