Ilusiona ver a los monaguillos de Benito bajarse del bus frente a la Catedral del fútbol, con la ilusión del carajillo que quiere comerse al mundo con una pelota como tenedor. Igual sería lindo que de la boca del Monstruo saltara a la cancha una cachorrada hambrienta de gloria. O que en el Rosabal Cordero resucitara el espíritu del viejo De León, encarnado en un nuevo kínder de tigrillos.
No importa si el derecho de piso que deban pagar esos mozalbetes es una pasantía temporal por el sótano del campeonato, o si no pueden escapar a las comparaciones con los veteranos, los consagrados. Seguramente algunos se queden en el viaje duro de ese ascensor que sube, baja y se detiene en un camino difícil que nadie sabe adónde terminará.
Preocupa que la aventura juvenil de la Liga esté precedida de una orfandad forzada, provocada por la falta de planificación dirigencial y una desbandada de futbolistas mal contratados.
Pero más preocupa que ante sus primeros pecados, castigados por los resultados, se aborte el sueño de los navegantes precoces que fueron instalados en este navío rojinegro.
Con la vuelta de los seleccionados, el de Salvatierra y McDonald y la llegada de cuatro foráneos, la Liga podría reprobar el esfuerzo de sus cachorros y devolverlos al maternal del que fueron sacados, cuando apenas echaban sus primeros dientes futboleros.
Y algunos, tal vez nunca vuelvan a tener la gran oportunidad de salir al Morera Soto a defender la casaca de sus amores.
Ese sería el gran fracaso de esta Liga. Más que no clasificar. Por encima de quedarse sin título otra vez. Peor que un resultado gris en el historial del técnico que una vez dirigió al Madrid. Pero la impaciencia no sabe de edades ni de ilusiones y amenaza con poner fin a un proceso que, con el tiempo, podría graduar de ídolos a esos mocosos y dejar una generación dorada a los manudos.
Cuando dejemos de ver jugadores reciclados, muchos excluidos de sus anteriores equipos por indisciplina o vagancia, y apostemos a los canteranos, el fútbol ganará. Se acabarán los extranjeros de paquete, los vagabundos y fiesteros de profesión, y la Selección tendrá siempre combustible para encender cada nuevo proceso.
Sueño con que la Cueva, la Catedral y el Rosabal retoñen en cada campeonato con el olor a pañal de sus cachorros. Por convicción, y no porque se agotó la vieja generación. ¡Sueños de viejo!