Esquela: “Con profundo dolor comunicamos que la maldición de 1940 descansa en la paz del Señor. Resignación a sus fieles y sabiduría a la nuevas generaciones brumosas”.
Los tiempos cambian, los aficionados también. Aunque hoy como ayer siguen fieles sin igual, los del Cartaginés viven su desventura ajenos a aquella maldición que, según dicen, algún cura profirió luego del último título brumoso.
Cada vez más rechazan la tentación de mitigar el dolor con leyendas, muñecos enterrados e injusticias arbitrales, muy a pesar de Jeaustin Campos, hoy tentado por fatídicas desgracias fuera de su control. Antes le daba risa el lamento brumoso ante los fallos arbitrales; hoy sospecha de los hombres de negro. Muy conveniente. Entonces, no haría falta pensar en el 50% de rendimiento, en la inclusión de solo un debutante, en la racha de ocho partidos sin ganar, en los 16 jugadores contratados y 22 descartados para los últimos dos torneos.
Esquela: “Con gran pesar, los aficionados pensantes comunican el fallecimiento del Muñeco. Sus honras fúnebres se realizaron sin aviso previo. Paz a sus restos en el camposanto de las más ingeniosas mentiras”.
Qué vivan las mentes creativas, la del técnico, por ejemplo, evidente en su intento de desacreditar a Cristian Brenes, periodista al que apenas asignaría obituarios si los buenos reporteros de otros tiempos aún estuvieran en La Nación –según le dijo en plena conferencia de prensa–.
También yo le asignaría obituarios. No son cosa de cualquiera. Los grandes periódicos del mundo tienen especialistas en la materia. Se trata, después de todo, de un retrato escrito del fallecido, que habla poco de su muerte y mucho de su vida. El redactor de obituarios requiere sensibilidad y respeto, sin faltar a la verdad. De él depende lo que muchos lectores pensarán de quien pasó a mejor vida. ¿Le parece poca cosa? Sin embargo, quien profese aquello de “no hay novia fea, ni muerto malo” debería alejarse de las notas luctuosas.
Hay quienes se lo toman muy en serio. Dicen que el New York Times tiene cerca de 1.200 obituarios esperando el último suspiro de sus protagonistas. Algunos gozan de muy buena salud, pero a cierta edad, nunca se sabe. Sus escritores andan de cuando en cuando entrevistando gente (“actualizando el archivo biográfico”, le dicen a sus entrevistados).
“Aclaramos que los yerros arbitrales no han pasado a mejor vida. Gozan de muy buena salud, para infortunio de los equipos sin distinción”.
Ese obituario puede esperar: el error arbitral anda vivito y coleando; hoy, en contra de Cartaginés, mañana, de quién sabe. Era penal, aquel de último minuto, pero ni el potencial gol habría salvado la temporada brumosa. Pérez Zeledón, el gran perjudicado, habría clasificado por mejor gol diferencia y nadie culparía al árbitro Hugo Cruz de 76 años sin título en la Vieja Metrópoli, de cinco torneos consecutivos sin clasificar, de dos campeonatos despojados por el Santos en la última fecha, de un planteamiento conservador en el último partido. Que cada Hugo cargue su cruz.
También sería cosa de leyendas y muñecos culpar de todo a Jeaustin Campos, por más que nos cueste ver en él al cinco veces campeón (con Saprissa). Cartaginés lleva tres cuartos de siglo sin festejo y mucho tiempo temiendo maldiciones, muñecos y persecución arbitral. Que descansen en paz las excusas.