Hernán Medford, blanco de las críticas, cuestionado vitalicio, pocas veces elogiado al nivel de sus méritos, punching ball de los criticones, técnico preferido de los mezquinos, debería esta vez sentirse celoso, quizás hasta molesto, relegado a segundo plano. Le ganó Paulo César Wanchope, blanco de las frustraciones moradas.
Más allá de la ridícula marcha –que nació muerta– con cuatro gatos pidiendo su salida en el parque de Tibás, al gerente morado le han caído las siete plagas en Facebook y demás estrados.
Lo declaran culpable de los jugadores que se fueron, de los jugadores que llegaron, del desdibujado equipo humillado por un marcador global de 5 a 0 en la final ante Herediano.
No hace falta mucho análisis para saber que el Saprissa del Verano 2017 ni siquiera imita al campeón del Invierno 2016. Es casi matemático: se fueron David Guzmán, Adolfo Machado, Francisco Calvo y Roy Miller; llegaron Dave Myrie, Keven Alemán, Aarón Cruz y Yostin Salinas. Haga usted la cuenta.
Saprissa falló, no queda duda, por impotencia ante las bajas, por falta de previsión o exceso de confianza en un equipo que muchas veces saca la tarea y renueva sus figuras no se sabe cómo ni de dónde.
¿Cuán culpable es Wanchope? No lo sé. Retener jugadores es casi imposible, ante cláusulas contractuales que dejan la puerta abierta en caso de ofertas desde extranjero.
Reponer bajas en diciembre, cuando pocos jugadores quedan libres, también resulta un reto contra natura.
¿Cuán culpable Wanchope? Inocente del todo no puede ser. En el menor de los casos, quizás pensó que el equipo podía sobrevivir a lo que Juan Carlos Rojas llamó después un torneo de “transición” (debió decírselo a la afición al inicio del campeonato y no al final, después de perderlo).
Alguien dijo una vez que las razones en boca de quien pierde, suenan a excusas.
En todo caso, con los errores de cálculo o la impotencia para recomponer el equipo, ¿es razón de sobra un título perdido para arremeter contra el gerente morado como si fuera el protagonista de “durmiendo con el enemigo”?
Los saprissistas parecían muy contentos con Paulo César Wanchope cuando Saprissa –previo al recién concluido torneo– sumaba dos títulos de los últimos tres disputados.
Sospecho, solo sospecho, que los morados no terminan de asumir a Wanchope como uno de los propios y recuerdan su ADN apenas consigue menos que el título.
El trato, al menos, parece el que se le da a un ajeno.
La especialidad del saprissismo, tan capaz de llevar a las nubes a sus ídolos como de dejarlos caer sin red de protección, habría ido más allá de no ser por el destacable trabajo de don Carlos Watson, quien hizo de tripas, equipo.
De no ser por él, posiblemente habría vuelto el superado cuestionamiento hacia el sobrino y el tío.
A todo esto, sin embargo, nadie perdió tanto como Hernán Medford. Se le ocurrió ser campeón, cambiar un rato la defensa de sí mismo por el festejo y se le fue arriba Wanchope.