El fútbol se alimenta de resultados, está claro, pero también importan los méritos que son algo así como los snacks previos a la gloria que supone ser el mejor, ser ¡campeón!
El país futbolero coincidirá en que pocos equipos se merecen la credencial de monarca como Limón, por algo que trasciende terminar de primero en el podio con el oro colgado al pecho.
Hablo de que el orgulloso representante de nuestro Caribe es la factoría histórica de futbolistas que repartieron clase y alegrías a todas las divisas y aficiones del país.
No importa si se trataba de equipos grandes, como Saprissa, Alajuelense o Herediano, o modestos al estilo de Carmelita. Limón compartió sus talentos con todos y eso lo enaltece.
En Cartaginés los hemos tenido por decenas y mi favorito es Walford Vaughns Scott, Wally , un puntero derecho que desgranaba rivales como pines de boliche camino al gol.
Este Verano ha sido inolvidable porque la alegría de un Limón protagonista y goleador me hizo olvidar rápido esa pena recurrente del “otra vez nada” que supone seguir al Cartaginés.
Y es lógico, entonces, que lo haya adoptado como favorito en la cuadrangular final, con acciones al alza después de la paliza con “manita” propinada al Saprissa el domingo.
El desafío ahora pasa por trasladar esa contundencia al Ebal Rodríguez, Rosabal Cordero y Ricardo Saprissa, para confirmarse como el mejor y legítimo aspirante al título.
Y el tema parece más mental que futbolístico –espero que en eso supere al Cartaginés– porque se trata de mantener la identidad futbolística, pero creyéndosela, para imponerse en cualquier patio.
Es decir, que Dexter sea ese candado con guantes como cada vez que salta al césped del Juan Gobán. Que los hermanos Marín combinen marca y talento para ir por todas, ganarlas y largarse hacia el arco contrario…
Que Espinoza sea toque y desequilibrio, de tres cuartos de cancha en adelante o partiendo por los costados en los últimos 25 metros, y que Scott no se deje atrapar por esas lagunas cuando juega lejos de casa.
El trabajo es doble para el técnico Esquivel porque a la tarea de escudriñar al rival deberá sumarle dominio sobre las mentes de sus futbolistas para convencerlos de que se puede.
Lo que cabe es hacer como visitante eso que domina de local: apretar al oponente para quitarle la pelota e imponer la dictadura del toque como requisito para llegar al gol.
El desafío también es individual y eso lo deberían entender Kendrick Pinnock y Miguel Marín, porque un zurdazo o derechazo con red, lejos del Juan Gobán, les puede dar el título y la inmortalidad.