La Liga de Benito Floro se parece a un musical desabrido, con algunos solistas interesantes (tampoco muchos), pero acallados por una partitura monótona, soporífera, aburrida.
Aunque el español asegure que “de los 12 partidos que hemos jugado, por lo menos en 11 merecimos bastante más”, la realidad es que Alajuelense no se ha impuesto a ninguno de sus rivales con autoridad. A ninguno. Ha ganado, sí, pero en partidos que perfectamente pudieron quedar empatados o a favor del rival (Cartago, Belén y Carmelita... tres equipos flojitos). Ciertamente, algunas paridades y hasta derrotas han tenido estas mismas características, pero, por favor, ¡estamos hablando de la Liga!, ¿su juego no debería ser más convincente?
Sus jugadores parecen enfundados en camisas de fuerza. El caso puntual de José Luis Cordero sirve para comprender al colectivo. En el Belén de José Giacone, el Chama era cubierto por Rafael Rodríguez y Júnior Alvarado, y en ataque Bryan López y Leonardo Adams marcaban la salida rival permitiéndole jugar a sus anchas, por todo el frente, desplegando su magia, haciendo diferencia, atrayendo marcadores y, por ende, liberándoles espacios a sus compañeros. Era un alfil. En cambio, en Alajuela es un peón más, opaco, escondido en una banda, con movimientos telegrafiados y tantas responsabilidades que se le olvidó cómo sacar conejos del sombrero. Lo mismo se podría decir de Guevara. Y de Cerdas. Y de cualquiera con cierto talento, convertidos todos en autómatas.
Atrás, a pesar del esquema, la Liga sigue recibiendo goles producto de centros. Arriba, tiene más profundidad un charco. Y, cuando la cuesta se empina, no se ven en la banca ni infusiones temperamentales al estilo de Medford ni respuestas tácticas a lo Watson, capaz de torcer rumbos con un par de movimientos (ejemplo: el último clásico, cuando el morado le ganó pese a la expulsión de Colindres en el primer tiempo).
Parco y esquemático, Floro se limita a cambiar posición por posición, como si no le importasen los planteos de sus rivales ni la lectura de los partidos, como si estuviese obsesionado por imponer un sistema que, aparte de no estar resultándole, los rivales ya se saben de memoria. Hoy el fútbol es una guerra táctica, donde el trabajo en cancha vale tanto como el análisis pixel por pixel del contrario, donde el cuento “me preocupo por mi equipo, no por el rival” es eso. Un cuento. Un musical mediocre disimulado con parafernalia.