Hay mucho de romanticismo en eso de que los futbolistas de un club, luego de triunfar y hacer dinero como legionarios, vuelvan adonde dejaron su ombligo, para recibir la última bendición de su feligresía y sellar por siempre esa sagrada comunión entre ambos.
Los suramericanos, idólatras de sus equipos e ídolos de su gente, tienen esa vieja costumbre. Los argentinos y uruguayos, sobre todo, se pasan contando dinero en Europa, pero soñando con su regreso al barrio de su equipo, para despedirse con la camiseta de su primer amor, o en algunos casos su único y viejo amor.
Los europeos, en cambio, prácticos y menos sentimentales, hacen lo contrario. Cuando ya han entregado lo mejor al club de su predilección, se van a China, Emiratos Árabes, o a la MLS para cobrar grandes salarios, vendiendo el espejismo de sus mejores épocas, aunque ya su ritmo y fuelle resulte cansino.
La parábola del hijo pródigo me parece más hermosa. Ese reencuentro con el hijo que se fue lejos, atraído por los billetes y la fortuna, y que de alguna manera dejó una añoranza en quienes le abrieron su corazón de fanáticos y lo bautizaron como un ídolo casero. Algunos se marcharon en buenos términos, con un apretón de manos a los directivos, y un saquito de monedas en el club. Otros pecaron de malos hijos y buenos negociantes y, entre ellos y su agente, se repartieron esa piñata de la fortuna.
Así que lo de Álvaro Saborío puede ser el inicio de una caravana que, desgranada en el tiempo, nos traerá a muchos hijos pródigos a su reencuentro con el terruño. No sé si las rodillas jugarán a su favor o si la imagen del goleador implacable quedará deteriorada tras este retorno. Ignoro si sus yerros frente al marco y su poca habilidad con el balón, que le valieron tantas críticas como alabados fueron sus muchos goles, le castigarán de nuevo desde la tribuna.
Pero sé que allí estará de nuevo el guerrero, de ejemplar disciplina, el que nunca se arruga contra los defensas ni ante los chiflidos, y que su cabeza –sobre todo– le dará algunas alegrías al técnico morado. Así que su regreso a casa es merecido y espero que pase por la puerta del retiro con el favor de su gente.
Y que Bryan vuelva algún día a ponerse la rojinegra, Celso se reconcilie con la dirigencia morada, que Navas nos regale sus últimas paradas en nuestras canchas y que todos los legionarios vengan algún día, más por placer que por dinero, para agradecerle a esta su gente que los premió con el aplauso cuando apenas usaban pañales de futbolistas.