Era domingo y como cada primer día de la semana había que asistir a la iglesia en familia, pero también era fecha de jornada deportiva, de partidos del campeonato nacional de fútbol de primera división y no quería perderme las incidencias principales de cada juego.
Cierto, tenía la opción de los resúmenes deportivos que los canales de televisión transmitían al final de la tarde; sin embargo, los fiebres del balompié sabemos que no es lo mismo la vivencia en vivo (emoción, tensión, gritos, saltos, comida de uñas...) que la repetición de las jugadas (de algún modo ya nos hemos enterado de los marcadores, alineaciones, cambios, penales, expulsiones, grescas...).
Entonces no me quedaba más recurso que echar mano a la operación jacket de mezclilla, con la cual podía quedar bien con Dios y con el fútbol. Mi versión personal de San Mateo 22:21 no decía “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”, sino “Dad, pues, al fútbol lo que es del fútbol, y a Dios lo que es de Dios”.
¿Y en qué consistía la operación jacket de mezclilla? Me explico: cuando ya estaba listo para ir al templo donde me congregaba (lo cual implicaba tener una Biblia a mano) abría mi ropero y sacaba una jacket de mezclilla azul oscuro y marca Lee que fue mi fiel compañera durante mis tres últimos años de colegial.
Todo me gustaba de aquel abrigo: el diseño, el tono, los broches, las costuras... pero en especial el bolsillo interno ubicado a la altura de mi corazón. ¡Ese espacio era una bendición! El hecho de que estuviera oculto a la vista de las demás personas, me permitía esconder en él un pequeño radio marca Sony que mi padre me había comprado en el aeropuerto de Panamá. A aquel aparato le conectaba un audífono para solo un oído, que ocultaba con el cuello de la chaqueta, acción que me daba buenos resultados debido a que en esa época tenía el pelo un poco largo. Así, entre tela y cabello el dispositivo pasaba inadvertido.
Gracias a la operación jacket de mezclilla más de una vez estuve a punto de gritar ¡gol! mientras algún feligrés decía amén; ¡penal!, al tiempo que el predicador pronunciaba la palabra pecado; ¡fuera de juego!, en tanto alguien leía un texto bíblico sobre Judas Iscariote, o brincar justo cuando otros se arrodillaban.