El fanático tico es tan ingrato como el que más. De memoria corta, corazón mezquino, acomodado y prepotente. Y tan sínico, que se atreve a criticar a los mejicanos, por “engañados” o a los madridistas por no apoyar incondicionalmente a Keylor Navas, en ese eterno debate que su presencia ha desatado en el marco del Real.
Un error suyo en la portería de nuestra Selección bastó para desvestir a ese aficionado energúmeno. El héroe del Mundial del 2014, el campeón de la Champions, el arquero de los milagros, pasó a ser la comidilla de esos seguidores bipolares, a quienes un triunfo o una derrota los lleva del delirio a la depresión.
Por su pecado de permitir un mal gol, entonces Navas no se merece la película que ya gatea en San José, y sí es acreedor de un boleto abierto a cualquier destino de Europa a final de temporada, para que se mude con sus tiliches de la “Casa Blanca”. Le han aparecido aquí, en su tierra, un montón de Florentinos que, con el pulgar hacia abajo, cual modernos Nerones, lo condenan por ser simplemente mortal.
Keylor es el mayor producto de exportación de nuestro futbol tercermundista. No importa si salió de Saprissa o no. Menos debe ser importante si juega en el Real Madrid y no en el Barcelona, el antagónico rival que tiene miles de seguidores locales. Es un tico de cuna humilde y corazón guerrero, que tuvo la osadía y el valor de ir a meterse al camerino donde se visten Ronaldo y Ramos, y no tuvo miedo de medir sus condiciones con una leyenda como Casillas.
De la noche a la mañana, Navas dejó la tierra y se instaló en las estrellas. Hay que tener agallas para no sentir el peso de esa camiseta galáctica, para no extrañar el gallo pinto generaleño, para sentarse a cada rato ante la carroñera prensa española sin despeinarse. Y hay que ser valiente para que no le dé canillera cada vez que se para en el marco blanco para combatir la artillería de los mejores jugadores del Mundo.
A ese tico que ya fue campeón de Europa y que ha salvado al Madrid en múltiples ocasiones, no lo pudo haber asustado el Azteca. Sencillamente ha coincidido su error con una racha como la tienen todos los futbolistas. Nada para que le perdamos la fe, nada para condenarlo al madero, menos para lapidarlo con los dardos venenosos del fanático arrogante que no sabe perder.
Con tanta falta de humildad pregonábamos un nuevo Aztecazo, que la derrota en México nos revolcó el orgullo. Y en ese arrebato, muchos la han emprendido contra Keylor, el mismo a quien declaraban hijo predilecto del Olimpo, aquella tarde en que bajamos a los griegos del sillón de los dioses. ¡Y, esos mismos, ahora lo quieren confinar en el Infierno!.