A veces el balompié nos vuelve tan mezquinos, que somos capaces de botar al cesto de los residuos no reciclables el patriotismo futbolístico (¿existe?), al extremo de llegar a desear que equipos extranjeros les pasen por encima a los nuestros, ojalá triturándolos, para luego oprimir “Me gusta” a cuanto “meme” denigrante se publique.
¿Le parecen familiares algunos de los siguientes ejemplos?
-Mofarse del Saprissa por el 5-0 que le endosó el América, como si ese revés borrase el palmarés del club tico más ganador.
-Desear la eliminación de la Liga ante el Impact, por miedo a que empate en lauros regionales a la “S”, y, de paso, amenace con igualar o mejorar la gesta morada en el Mundial de Clubes 2005.
-Rezar para que Herediano nunca gane Concacaf, actitud de un grupo de brumosos asustados de que el “Team” los alcance.
-Querer que la Tricolor fracase, oscuro deseo de algunos de los más furibundos detractores de Paulo César Wanchope, también llamados “Pinto Lovers”.
-Anhelar que Honduras aplaste a Costa Rica, para poder postear en redes el evangelio según “San” Jorge Luis de Santander.
También hay “anti-sele” crónicos, dependiendo de cuántos convocados haya del equipo rival y cuántos del propio.
-Orar para que Navas no alcance la titularidad en el Real Madrid, para que los saprissistas no rajen.
-Implorar para que Bryan Ruiz no recupere su nivel ni firme con un buen club, para que los manudos no rajen.
-Burlarse del “Chiqui”, típico de los ardidos, porque Brenes les pateó el trasero a sus equipos cuando lo quisieron contratar.
La mezquindad nos da amnesia. Se nos olvida que en las cadenas internacionales no juegan Saprissa, Alajuela ni Heredia a secas, sino Saprissa de Costa Rica, Alajuelense de Costa Rica, Herediano de Costa Rica..., y la Selección Nacional de Costa Rica.
La mezquindad existe y es un fenómeno global. Vaya al ciberespacio y lea cómo se pegan merengues y blaugranas, bosteros y gallinas. ¿Lo ideal? Extirparla (cuesta, lo sé); mínimo, anestesiarla. Pero, si igual decide vacilar, hágalo con estilo. Siga las tres reglas básicas: 1) Aguante que lo vacilen de vuelta. 2) Sea ingenioso (no ofensivo ni vulgar). 3) Si se enoja, pierde.