Esto va medio en broma y medio en serio para los enamorados de Messi.
Es candidato a beato, mínimo al premio Nobel de la Paz, algo así como el Gandhi del fútbol –a juzgar por los mensajes que no dan tregua al WhatsApp mientras el Barcelona hace de las suyas–. Cederle un penal a Neymar en plena disputa con Cristiano Ronaldo por el pichichi y a falta de tan solo tres jornadas lo convirtió por un momento en el Francisco de Asís de la liga española.
¡Joder! –dicen allá, al otro lado del charco–. Me conmueve tanta generosidad.
Con 40 goles en su cuenta, cualquiera podría regalar penales al por mayor, de no ser porque para entonces la diferencia sobre el madridista era de tan solo un gol. Nada tonto –aunque el hablado no le ayude–, Messi sabe que en su último tanto poco le faltó para arrebatarle la pelota de los pies al mismo Neymar. Su posterior gesto de desprendimiento disipaba cualquier duda sobre egoísmos (hay que reconocer que Messi no lo es o lo disimula muy bien). Consolidaba, además, esa complicidad digna de un San Valentín en el trío Suárez-Messi-Neymar.
Esto va medio en broma y medio en serio para los Cristiano Ronaldo “lovers”.
No es que Cristiano sea egoísta: es que le resulta más fácil meter goles que pasarla a un compañero, siempre peor ubicado (excepto Chicharito, claro está, a quien le sirvió la anotación contra el Atlético, en la Liga de Campeones).
Hay quienes le llaman injustamente “Penaldo”, como si solo pudiera anotar de penal. Ayer anotó dos de cabeza y uno con derecha en plena acción, para retomar el liderato de goleo. ¡¿Quén se atreve a criticarle que nueve de sus 42 goles sean desde el punto blanco?!
¡Joder! –dicen allá, al otro lado del charco–. Me compadezco.
Solo falta que lo critiquen por terminar el partido perfectamente peinado, como si fuese a dar un concierto con “Il Divo”. Él sería el solista y el encargado de los coros, por supuesto; el que tiene talento, lo tiene. El suyo es incomprendido.
Incompresible es también el nivel de pasiones y tontos argumentos que ese par de goleadores nos provocan. En el fondo, entre amores y odios, somos parte de una generación privilegiada que disfruta de uno y otro, así Messi sea un “santo” y Cristiano un “divo”.