Marvin Angulo se parece a un recuerdo grato de la infancia, cuando uno vestía pantalón corto, calzaba tenis Rolter, se aferraba a la mano de papá y se enrumbaba al estadio.
Lo pongo en esa dimensión porque el volante saprissista es lo más parecido a un crack de los 60’, de esos que pululaban en las canchas y nos alegraban el domingo sin importar si jugaban con Cartaginés o no.
Porque antaño profesábamos admiración idólatra por los grandes futbolistas de nuestra divisa, pero también por los que se formaban en el equipo rival y nos conquistaban con su magia.
Y era así porque Leonel Hernández, del Cartaginés, tenía un clon derecho en el Saprissa llamado Edgar Marín, o el Pelirrojo Córdoba, ya en el ocaso de su carrera, era una mezcla del Príncipe Hernández morado y el juvenil y prometedor Yuba Paniagua.
Angulo es un compendio de esos grandes volantes de la época ida, que iban dos jugadas delante de la acción, tenían una pegada letal desde cualquier distancia y daban pases para que algún compañero quedara solo ante el arquero y la embocara en la red.
A Marvin le ocurrió lo mejor que puede pasarle a un futbolista en un momento decisivo de su carrera: ponerse a las órdenes de un entrenador que potencie sus calidades y lo proyecte como el gran jugador que es.
Carlos Watson es el más autorizado en nuestro medio, por antecedentes e ideario futbolístico, para situarlo en los terrenos más fértiles del campo en donde explota su manejo de pelota, pase, pegada, juego asociado y gol.
En un fútbol de producciones dispares, con partidos muy cortados por faltas recurrentes, arbitrajes para el olvido, marrullerías de jugadores que escupen, majan, pegan codazos o fingen faltas, Angulo esgrime la bandera del espectáculo y nos reconcilia con la época más linda de nuestra vida: la niñez.
Y como sus pares de los 60’ y 70’, Marvin camina sin séquito de aduladores, en medio de una discreción casi autista, lejos de los flashes, con la cabeza fría y sin poses de estrella, lo que acentúa su calidad profesional y humana.
Profeta lejos de su casa de los inicios, el Eladio Rosabal, era un nombre más hasta toparse con Watson en Uruguay y Saprissa, para reventar en toda su dimensión con goles antológicos de tiro libre, lanzamientos en cobro de falta, remates de media y larga distancia, o pases gol.
Angulo es el crack local, la perlita de nuestra liga, el jugador diferente que siempre añoraremos para que el fútbol vuelva a ser lo que un día fue: 90 minutos de alegría en un estadio, un domingo cualquiera, al lado de papá.