¿Una garúa de balones? No. ¿Una llovizna de remates? Tampoco. ¿Un chaparrón de cuero? La imagen se queda corta. ¿Un diluvio ofensivo? ¡Demasiado exagerado! ¿Un aguacero torrencial a cargo de los delanteros de la Liga Deportiva Alajuelense? Esta figura sí le hace honor a lo que ocurrió.
Así recuerdo el ataque que llovió aquella noche, de inicios de los años setenta, sobre la portería de Saprissa defendida por Marco Antonio Rojas Porras. Un clásico costarricense que se jugó en el viejo Estadio Nacional y que nos demostró a los presentes que aquel guardameta joven, espigado y de pelo largo tenía las suficientes condiciones para llegar a ser uno de los mejores cancerberos del equipo morado.
Si la memoria no me deja fuera de juego, en ese partido Marquitos tuvo que echar mano a lo mejor de su repertorio para impedir que los manudos Errol Daniels y Roy Sáenz le inundaran el marco con goles: reflejos felinos, excelente ubicación, adecuada lectura del juego, concentración, coraje, determinación y, sobre todo, la claridad de que es el portero quien manda en el área.
Sí, este futbolista nacido el 8 de noviembre de 1952 sabía jugar el área. Imponía su presencia y respeto en ese territorio. Tenía claro cuando había que apañar el balón y cuando despejarlo con los puños, cuando lanzarse de manera suicida a los pies de un delantero y cuando simplemente obstruirlo, cuando moverse y cuando permanecer quieto, cuando volar para cortar un centro y cuando aguantar en medio de los tres postes. Sabía ubicarse de cara a los tiros de esquina y los tiros libres, y llevaba la voz cantante a la hora de colocar a sus compañeros en una barrera.
Daba gusto y confianza ver a Marco Antonio Rojas Porras, quien fue campeón con Saprissa desde 1972 a 1977, y en 1982. Tuve la dicha de verlo en partidos donde el otro marco fue defendido por otros dos grandes guardametas: Didier Gutiérrez, de Barrio México, y Alejandro González, de la Liga Deportiva Alajuelense.
Sume a estos nombres el de Keylor Navas y tendrá completa mi lista de los mejores porteros costarricenses que he visto en mis 54 años.
¿Una garúa de recuerdos? ¿Un chaparrón de nostalgia? ¿Un diluvio del pasado? Ninguna de estas imágenes, pero sí un aguacero de la memoria cada vez que escucho o leo el nombre de Marco Antonio Rojas Porras.