Las lágrimas de Messi deben avergonzar a todos los argentinos que lo llevaron a ese estado emocional con que tiró el penal ante Chile. Fueron ellos quienes lo obligaron a tirar la toalla albiceleste, sintiéndose una especie de traidor a la patria.
Ya desde antes lo habían colgado en el madero. Desde que se puso por primera vez la camiseta de la selección, le endosaron el reto de ser igual que Maradona, conseguir lo mismo. También tenía que superar a Pelé y ganarle todos los pulsos a Cristiano Ronaldo.
Pero ser el mejor pasó a un segundo plano. Para el ego de la mayoría de argentinos, valen poco los cinco balones de oro, los numerosos títulos con el Barcelona, su fabuloso goleo en la liga española o ser el máximo anotador en la historia del seleccionado. No importa si creció a punta de hormonas, si tiene Asperger, si es tímido, si lo patean mucho o si no tiene compañeros de peso a su alrededor. Lo único que les interesa es que no ha ganado un título con ellos. Aunque sin él, ni en sueños peleaban por esos cuatro.
Cuando Maradona arremetía con sus gambetas contra los rivales, siempre tuvo a un compañero en sintonía para recoger el pase filtrado. En el 86, en la agonía de la final que se iba a tiempos extras, encontró a Burruchaga y este tuvo la frialdad para evadir la salida de un buenísimo y aterrador Schumacher. En el alargue, con la potencia física alemana, posiblemente El Pelusa no habría celebrado.
Messi extrañó a ese tipo de socios. El Pipita erró monumentales opciones en la final del 2014 y en esta Copa América. La historia se contaría hoy diferente.
Cuando se paró frente al manchón blanco, Messi tenía a 43 millones de argentinos metidos en su cabeza, exigiéndole que no podía fallar otra vez. A Maradona invitándolo a no regresar a Buenos Aires sin la Copa, a miles gritándole “pecho frío”, porque no se revolcaba en la cancha, no lloraba ni retaba a los árbitros, a los rivales y a la FIFA, como el Diego. Esas lágrimas y ese adiós son una petición de perdón, como si tuviese que pedirlo. Un poner la cabeza en bandeja para saldar “sus pecados”. Una renuncia a ser el mejor de la historia. Mientras el mundo idolatra su genio futbolero, Argentina lo viene lapidando desde hace rato porque siendo el mejor, no hace que ellos también sean los mejores.