El desenlace de las Copas de América y Europa es bueno para el futbol. Lo reivindica como un deporte colectivo y le quita algo del divismo en que lo hemos encasillado, posiblemente a partir de la pugna entre Messi y Ronaldo.
Una vez más, se demostró que un genio como el argentino es insuficiente para ganar un torneo, por más que los "maradonianos" digan que Diego se echó el equipo al hombro en el 86. Tenía alrededor muchos tipos de carácter, que sabían ser escuderos a la perfección.! Y de Pelé, ni hablar.!.
No creo que Ronaldo hubiese puesto dinero en una apuesta a favor de su país, cuando empezó a rodar la "europelota". Nadie daba un cinco por un Portugal excluido de los favoritos, pese a contar con el superastro del Madrid.
Pero si de algo creíamos estar seguros es que lo poco o mucho que lograra iba a depender de R-7. Y la primera fase, gris para él y el equipo, que no perdía, pero tampoco ganaba ni ilusionaba, solo ratificó tal idea. Fue opaco en los partidos iniciales y sus dos goles ayudaron apenas a avanzar de panzazo, de terceros. Así pasó por los octavos y cuartos, con prórroga y penales, hasta que asomó la cabeza frente a Gales.
Y cuando la mejor versión de Ronaldo parecía ser el único activo que le daba posibilidad a Portugal, ocurrió la entrada fatídica de Payet. A los 20 minutos su Selección quedaba condenada al infierno. Sonrieron los profetas del futbol, incluyendo los pulpos, los delfines, las gallinas y todos quienes de previo escogieron al elegido. Tenían su ficha en Francia. Sin el "factor Cristiano" era solo cuestión de esperar que el destino coronara a los príncipes galos.
Cuando salió, todo Portugal lloró con Ronaldo. La ilusión parecía irse de la mano del ídolo que lagrimeaba, convencido de que venía lo peor.
Entonces el dios del futbol nos dio una nueva lección. Ganó Portugal sin su estrella. Definió el partido un jugador anónimo, con fama de ralito. El rudo Pepe fue el mejor y la Copa la alzó un equipo que nunca enamoró, pero que siempre tuvo disciplina táctica y coraje.
De alguno forma las lágrimas de Ronaldo se hermanaron con las de Messi. Ambos lloraron de impotencia. Pero al final Ronaldo pudo llorar de felicidad, gracias a que sus compañeros demostraron que una estrella puede brillar sola, pero no alumbra el camino a la victoria sin la ayuda del equipo.