Keylor Navas puede competir por la portería del Real Madrid con cualquier arquero. Con cualquiera. Pero no debe. Por respeto a sí mismo, por orgullo y dignidad. Es hora de que se plante, que deje el papel del fanático madridista que cumple su sueño de niño y se comporte como un profesional de la talla que es.
A él no lo ha respetado ni valorado la dirigencia, si es que en ese equipo hay dirigentes. Porque el presidente es quien decide a sus anchas, en un país acostumbrado a venerar a los reyes y a descalificar a los “sudacas” (a quienes provienen del continente americano), aunque su fútbol sea lo que es gracias al aporte de los monstruos que dejaron su ombligo en el Río de la Plata y vecindades.
Si al Real llega De Gea o cualquiera otro, Navas tiene que arrollar sus metates e irse. Le sobran equipos. Debe hacerlo por dos razones: Porque cualquier cosa que haga, como si necesitara hacer algo más, sería insuficiente. Y porque en la vida hay que ir con dignidad y el respeto que se ha ganado a nivel mundial, lo perdería agachando la cabeza y sentándose en la banca, mientras profesa su amor por el equipo galáctico.
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Es posible que el Madrid no necesite a Navas. Pero es seguro que el tico no necesita al Real Madrid. Ahora no. Después de ganar la Champions, como el menos batido, luego de mantenerlo en la pelea liguera gracias a sus manos, cuando el resto de la plantilla renunciaba a luchar contra el Barcelona y los 12 puntos de diferencia.
Keylor no tiene nada que demostrar ya. Se aguantó la humillación de aquella noche del cambio por De Gea, tuvo que soportar larguísimos debates acerca de si servía o no, y pese a que nunca recibió un gol malo, del cual fuese responsable, siempre estuvo en el ojo de una prensa entregada al morbo, a la adoración al viejo Casillas, o plegada al sentimiento nacionalista pro De Gea.
Los únicos que le han hecho justicia son los aficionados. Se ganó a una buena parte desde el primer día. Y al resto con el paso del tiempo, a punta de atajadas y reiterados gestos de humildad, extraños en esa Casa Blanca entregada a la “estrellitis”, al autobombo y los novelones de película.
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Basta ya de manoseos. Es hora de que saque pecho. Que el miope y errático presidente de club no lo quiera es apenas un “chascarrillo”, cuando un técnico de la calidad de Guardiola se desvive por él.