Siendo mis enemigos naturales en el ecosistema futbolero nacional, no comprendo por qué la suerte de los liguistas me preocupa tanto, pero el hecho es que me preocupa, de manera puntual, su vínculo con Floro, en quien la afición hexaperdedora persiste en ver a un Moisés, un ángel vengador, mezcla de Merlín y Mago de Oz. Ya lo dijo Antonio Alfaro: Floro no viene de Disneylandia. Tampoco de Xanadú, Xangri-La, la República de Platón o la Utopía de Moro –añadiría yo–.
Floro es un partero futbolístico, un practicante de la mayéutica: viene a asistir un alumbramiento, a colaborar en el nacimiento de un nuevo equipo. Es así como la comunidad liguista debe concebirlo. ¡No podemos esperar que una criatura recién nacida arrase con todas las preseas y galardones imaginables!
Floro está esculpiendo a sus muchachos. Puede darles el invaluable bien de su conocimiento teórico, ¡pero no puede, como si de una transfusión sanguínea se tratase, insuflarles su conocimiento vivencial, ese que solo se obtiene después de un largo, accidentado idilio con el balón!
Hasta el momento, cabe afirmar que los jóvenes tienen la mentalidad y la actitud correctas. Pero eso no garantiza nada. “La mentalidad y la actitud correctas” son condiciones necesarias, mas no suficientes para la consagración. Todo se juega entre estas dos nociones: lo necesario y lo suficiente.
Encajar un gol en el último minuto –ese momento que urge “blindar”, por cuanto el rival tira el centro postrero, no tiene nada que perder, y es por ello doblemente temible– es una novatada que debe ser vivida, “purgada”, experimentada en carne propia. No basta con que Floro les diga: “amigos, hay que asegurar la posesión del balón en el último minuto”. El conocimiento teórico no podrá jamás suplantar a la vivencia. El “loco” Gatti, legendario portero argentino, decía que un guardameta debía tragarse unos 100 goles, antes de considerarse a sí mismo plenamente formado. Quizás los delanteros deban pifiar otras tantas veces, los mediocampistas errar la misma cantidad de pases, y los defensas hacerse driblar en idéntica medida, antes de poder asumirse a sí mismos como futbolistas cabales. ¿Saben los liguistas conjugar en todos los tiempos imaginables el verbo “esperar”? Ese es mi punto.