La unidad para medir el éxito de un técnico son los títulos y las cuentas recientes no le cierran al Macho Ramírez en Alajuelense. El dato no pasaría del detalle en un equipo cualquiera, pero se vuelve estratégico en un grande como la Liga, dueño del corazón de medio país. Las semifinales de Concachampions se han convertido en una barrera natural contra el sueño de Mundial de Clubes. Hace un año lo bajó Toluca y ahora el Impact de Montreal.
Si añadimos la final y semifinal perdidas al hilo con Saprissa, la figura del estratega infalible se agrieta y abre paso a la duda sobre su continuidad en un medio cortoplacista. Raúl Pinto lo quiere para el Invierno, la afición está dividida y una renovación de contrato pasará, indefectiblemente, por una vuelta olímpica en el Verano, y si es ante Saprissa, mejor.
Algo se ha roto en el aura del Macho. Ya se plegó al círculo de técnicos que teme a la palabra “fracaso”, sus planteamientos han perdido brillo y el Impact le repite la receta en casa y lo elimina. En un equipo grande como la Liga, perder dos semifinales de Concachampions y dos campeonatos ante el rival histórico constituye un lujo impensado que instala la duda de si tocó techo o no.
Óscar se ganó con merecimiento la devoción del pueblo rojinegro por los títulos alcanzados desde que llegó al equipo a mediados del 2010. Sus planteos impecables, el manejo del factor sorpresa y ese detalle táctico para darle vuelta a un resultado, lo posicionaron como el estratega número uno del país.
Pero ese timonel que frisaba la perfección se ha enemistado con la lucidez de los días dorados y ahora empieza a hilvanar esas frases manidas de estrategas de otras raleas para justificar lo que no cabe.
¿O no es una perogrullada decir que el partido era difícil porque el Impact era letal en contraataque?
¿O acaso Piatti y Oduro eran desconocidos aún después de destrozar a la defensa rojinegra en Montreal, para que repitieran la dosis en el Morera?
La más ingrata de las profesiones, la que mide con títulos el éxito o el fracaso, tiene contra la pared a un hombre humilde y trabajador, que se fraguó fama a punta de títulos, pero que ahora que la mano viene seca va a examen.
Y es tan injusto el fútbol que en ese balance ya no cuentan las jornadas de podio, porque la grandeza se alimenta de glorias nuevas, un pan que la Liga dejó de comer.