La clasificación al Mundial Sub 17 es un verdadero oasis en este desierto en el que nos han sumido las selecciones menores de un tiempo a esta parte. Con los antecedentes inmediatos no estaría de más un titular grandilocuente para festejarlo: “La epopeya del Popeye”.
El mismo Marcelo Herrera había manifestado sus dudas por el final de un proceso que asumió a medio camino y que presagiaba idéntico destino de los anteriores. Mientras los mayores hicieron historia con letra grande en Brasil, las inferiores reprobaban sus cursos con apenas garabatos, insuficientes para graduarse en el Mundial de sus categorías.
El cuarto lugar de la generación Sub 20 del 2009, que condujo Ronald González, empezaba a semejar un espejismo en ese desierto improductivo. Por eso la importancia de esta clasificación. No es un grupo plagado de talentos pero tampoco serán una generación perdida. Y, más vital aún, siembran la esperanza de que aún hay niños y muchachos con ganas y talento para corretear una pelota en la plaza del pueblo, en la escuelita sabatina o en la liga menor.
No todo está perdido. Ya me estaba haciendo a la idea de que el play station ganaba su batalla contra el mundo real. Que la habilidad de las manos sustituía a la de los pies, que los muchachos se clonaban para siempre en ese jugador virtual que, a su vez, les arrancaba el alma de futbolistas de verdad.
Esta clasificación me devuelve algo de esperanza. La que perdía al ver cada vez a niños más corpulentos, altos y atléticos sucumbir a las distracciones modernas y a las vanidades de una generación enamorada de la tecnología y del deporte vanidoso y no competitivo. Sí. Cada vez más jóvenes salen a correr, a trabajar bíceps y tríceps en el “Gym”, con el afán no de ser deportistas, sino Adonis en un Mundo que rinde pleitesía a la belleza física, al hedonismo y a la moda de ser “fitness”. Grandotes y fuertes, pero sin el chip de aquellos que soñaban con la pelota de almohada y todos los días se levantaban con el principal objetivo de disfrutar el máximo posible con aquel redondo regalo de una vida generosa.
Ojalá que la espinaca de este “Popeye” del futbol alcance para vitaminar a todos esos futbolistas pródigos y que tengamos con ellos muchos mundiales soñados como el de Egipto 99 o Brasil 2014.