Como sabemos, Óscar Ramírez está a punto de asumir la responsabilidad del asistente técnico de Paulo César Wanchope en la Selección. Esta aceptación del desafío es una buena noticia para el fútbol. Sería redundar si nos ponemos a enumerar en este espacio los méritos que acumula el estratega en su carrera deportiva.
Ha demostrado en innumerables oportunidades que sabe “leer” los partidos, como define el manual del fútbol al que interpreta, sobre la marcha, las modificaciones táctico-estratégicas que debe operar un sagaz director técnico, en el fragor de trepidantes batallas de 90 minutos.
Ramírez encarna otros atributos que lo hacen digno para el cargo. El valor de la humildad es una de sus características. Se requiere sabiduría para aceptar ser segundo, pese a que él mismo es consciente de su palmarés, vamos, superior al de Paulo César. Estamos en capacidad de afirmar que no pasa por la mente de Óscar ser asistente para, subrepticiamente, tomar el mando. Al menos, no en este proceso rumbo a Rusia 2018.
Ahora bien, si hay un acto de humildad en Óscar al aceptar su papel, hay que reconocer que Paulo César también ha puesto su dosis de sensatez. Es una actitud inteligente buscar la colaboración de personas de probada capacidad, por aquello de “quien a buen árbol se arrima…”
Óscar Ramírez vale la pena. El suscrito tuvo el privilegio de dialogar con él en conferencias de prensa y, en una ocasión ya lejana, en su casa de habitación en San Antonio de Belén, donde le hicimos una nota para esta sección deportiva, junto a Juan Arnoldo Cayasso, tras la exitosa participación tica en Italia 90 (Caminantes del fútbol).
Óscar es un hombre bueno, noble y sentimental, hasta cuando se cabrea.
Ojalá que así como insistió para contar con él, el timonel de la Tricolor preste oído a las observaciones de este personaje de bajo perfil, quien, en el mundo del balón, primero piensa… Luego existe.