Hace un año nos instalamos en el trono de Zeus con el penal de Michael Umaña frente a los griegos.
Ni la mágica naranja nos pudo bajar de allí, pues la derrota en penales, en los cuartos de final, quedó registrada en nuestros corazones como otro episodio épico inmemorial.
Durante los meses siguientes no nos pesaba el cartel de favoritos para el próximo torneo a disputar: la Copa Oro que empieza la próxima semana. Es más, lo reclamábamos.
Un portero del Real Madrid nos cuidaría la puerta, junto a defensas destacados en Alemania, Italia, Bélgica e Inglaterra.
Con Joel Campbell y Celso Borges anclados en España, Yelsin Tejeda y David Ramírez en Francia, Marco Ureña en Dinamarca, no existía razón para pensar que el octavo lugar del Mundial Brasil 2014 fuese incapaz de ganar un torneo con solo dos rivales de jerarquía.
Hoy, a pocos días de su inicio, las sensaciones son distintas.
Aunque todavía tenemos rachas de buen fútbol, incluso con ráfagas superiores al ataque ofrecido en la Copa del Mundo, hemos perdido consistencia en el juego y, sobre todo, solidez en el esquema defensivo.
Aquella selección mundialista llevó a la perfección su estrategia en defensa e hizo del equilibrio su bandera del triunfo.
Nadie le pudo volcar un marcador y lo peor que ocurrió fue el empate, agónico, de una Grecia que se aprovechó de la expulsión del zaguero Óscar Duarte.
Ni la potencia ofensiva italiana o uruguaya vulneró esa muralla humana de rojo y azul cuando la Sele se encumbró en el marcador.
Hoy ilusiona la prestancia y el aporte de Johan Venegas, David Ramírez y Elías Aguilar. Dan desequilibrio, picardía, velocidad y gol.
Sin embargo, el equipo perdió fuelle en el control del juego, en la presión en todos los sectores del campo, en la sincronía para “atiempar” la marca, achicar y jugar con la precisión milimétrica en defensa a que nos acostumbró en el Mundial.
En busca de cobijarnos mejor la cabeza nos descubrimos los pies. La propuesta en ataque ha mejorado, pero a costa de un desajuste defensivo que nos hizo sufrir, entre otros, en Uruguay, Panamá, Colombia, y sobre todo en el reciente fogueo contra México, donde un 2 a 0 se fue al canasto en tres minutos del segundo tiempo.
Con el nivel mostrado, Costa Rica no es candidata a ganar la Copa Oro. No solo debe jugar como lo hizo en el primer tiempo en Orlando ante los aztecas, sino también defender como en cada minuto de cada partido disputado hace un año en el Mundial.
De lo contrario, su nueva aventura en el torneo regional tendrá el mismo desenlace de siempre.