Buenos Aires
¡Aquellos caballeros de cuello alto y sombrero elegante que crearon la Copa América en 1916 están tan lejos de estos…! Tan distantes en el tiempo, pero sobre todo en el espíritu... Si pudieran otear desde el más allá y aspirar el fétido olor de las coimas que envuelven a la Copa América, se espantarían. Y hasta morirían de nuevo al saber que la Conmebol que ellos fundaron con visionario afán es coorganizadora del torneo junto a Datisa, la empresa cuyos ejecutivos están presos o prófugos acusados de sobornar a dirigentes para quedarse justamente con los derechos comerciales de esta Copa (y de otras tres más). Pero es todo tan simpático, tan desenfadado que, pese al destape, Datisa sigue al frente de las transmisiones, las vallas de publicidad, los patrocinios, etcétera. Una gruesa porción del escándalo de corrupción que sacudió al mundo días pasados y hasta tumbó al presidente de la FIFA es, según las pesquisas del FBI y la confesión de los “arrepentidos”, por la entrega bajo cuerda de los derechos de este torneo. La bomba explotó tan recientemente, con la Copa encima, que de seguro la Conmebol no ha podido cortar con dicha empresa. No ha tenido cómo reemplazarla. Hubiese sido necesario anular la competencia. Por eso sigue Datisa, que además adelantó los dineros para pagarle a las selecciones. Míseros dineros, por cierto. Un torneo que llegará por TV a cerca de 200 países, que cuenta con Messi, Neymar, James Rodríguez, Falcao, Cavani, Alexis Sánchez, Vidal, Agüero y tantas figuras más, pagará a cada selección $500.000 por partido en primera fase. Menos de un tercio de lo que cobran Brasil o Argentina por un amistoso en Hong Kong o en Japón.
Conmebol sigue enrolada en el oscurantismo, sin informar ni aclarar nada. Una pena. La Copa, de todos modos, se está jugando. Sin embargo, ya está opacada por la sombra del pecado. Esperamos, no obstante, que un fútbol espectacular logre devolver al público la fe, la credibilidad en el fútbol, el entusiasmo que este genera. Pero eso será, si acontece, desde el rectángulo verde, no desde el palco de “honor”.
“El protocolo de la Conmebol no establece ningún discurso de apertura”, se atajó la ministra de Deportes de Chile, Natalia Riffo refiriéndose al partido inaugural de Chile y Ecuador. El horno del fútbol no está para ningún bollo más. La irritación del público hacia toda forma de autoridad ha llegado a un punto en que no soporta nuevas mentiras ni corruptelas. La presidenta Michelle Bachelet, que también padece fuertes turbulencias políticas internas y baja popularidad (aunque nada comparable a la situación de los ultramillonarios directivos del fútbol), fue al Estadio Nacional. Evitó dar discursos y con ello esquivó el abucheo general que le habían promovido. “Napout va a venir disfrazado de Hombre Araña”, bromeaba un colega en el Centro de Prensa. Pero el titular de la Conmebol no apareció. Según un cable de Associated Press, “está desaparecido”. Hace justo dos semanas que no se lo ve en público. La detención de Alejandro Burzaco los debe tener muy preocupados. Hay mil preguntas que se formula la prensa en relación al “Conmebolgate” que mancha la Copa América sin poder obtener una sola respuesta de la entidad.
Datisa es hoy una empresa descabezada, fantasma, sus empleados deambulan sin ánimo por las instalaciones del Estadio Nacional. Ni quieren pronunciar el nombre de la empresa cuando se presentan. Datisa es la encargada de atender decenas de aspectos colaterales de la Copa, como por ejemplo las transmisiones de TV y los patrocinadores. “Los contratos siguen vigentes y tenemos que continuar trabajando”, dicen.
En medio de la colosal ilusión del pueblo chileno por su selección, la prensa de este país rugió contra la Federación de Fútbol de Chile por los precios estratosféricos de las entradas: $300 las más caras, $25 las más económicas. “Son precios de Champions League , pero aquí no tenemos los sueldos de Europa”, criticaba un periodista. La molestia alcanzó el nivel de indignación en cuanto a los precios de bebidas y comestibles dentro del estadio. Un modesto combo compuesto por una hamburguesa simple, una gaseosa y un pequeño paquete de chocolates crocantes cuesta $13. Y hay una sola empresa concesionada para la venta.
No obstante, la euforia de la gente sobrepasa el enojo, hay clima de Copa. El centro de Santiago es una fiesta de expectativa. La gente camina feliz, ansiosa, nerviosa casi. Todo el mundo con el rojo evidente. Miles de puestos en las calles vendiendo camisetas, gorros y todo tipo de artículos alusivos a la selección. Santiago se ha convertido en una urbe impresionante, poderosa, como un músculo gigantesco que se contrae y se dilata a instantes. Por sus muchas calles peatonales circulan decenas de miles de personas sin parar, como si acabara de terminar un partido.