El plan de vida de Celso Borges dio un salto de calidad en el momento justo, como si obedeciera a un plan maestro del destino para posicionarlo en España a la hora buena.
Exiliado durante cinco años en las modestas ligas noruega y sueca, reventó en el Mundial como el conductor y guía de la Selección avalado por sus pases inteligentes y su imán mediático.
Borges es muy atractivo para los medios: políglota y buen conservador. Primero mide el tono de la pregunta y después desliza la respuesta en la dirección que más le convenga. Es directo si se trata de fútbol o aplica una gambeta si escarban en su vida personal.
Sus sentencias ante la prensa denotan un bagaje de lecturas que acude puntual en su auxilio y que una vez atribuyó a su madre Lina Mora, una psicóloga con una debilidad confesa por los libros.
En el balompié escandinavo Celso entendió la lógica del fútbol internacional y le metió millas a su experiencia para sacar cabeza como una mente merecedora de suerte en ligas de buen ver.
Heredó la estrella de su padre y debutó con doblete en la Liga BBVA para erigirse muy rápido en la esperanza del equipo blanquiazul que conocimos cuando Bebeto y Mauro Silva lo sacaron del anonimato en los noventas para convertirlo en el “Superdépor”.
Tiene ángel, lo adoran las ticas, pero nunca pierde la perspectiva ni los buenos modales.
De paso vacilante en la eliminatoria del 2010 se reconvirtió en un mixto comprometido durante el ciclo de Pinto, cuando se apoderó de ese callejón que va de área a área y le sumó pase correcto a su sentido para anticiparse y cortar. Su pegada lo volvió letal en acciones de balón parado y sus 1,86 metros lo convirtieron en un referente de área a la hora de atacar o defender.
Tiene 26 años, la edad justa para volcar en acciones y producciones convincentes el gran futbolista que es en una liga seducida por las personalidades deslumbrantes.
Esta pasantía española en el plan de vida de Celso corona al hombre de los pies grandes y los pasos correctos en la cancha y en su vida personal.