Al final de este Giro de Italia es muy posible que Andrey Amador acabe con una diferencia abismal con respecto al nuevo campeón, pero eso ni siquiera afectará el ánimo del mejor rutero costarricense.
Su carrera no va por ahí, no se mide en cuanto a la cantidad de podios ni las veces que su nombre figure en una escapada, porque el último día su trabajo se resumirá en qué tan bien le vaya a Nairo Quintana en esa clasificación final.
Ahí está su gloria y su premio, en poder levantar a su capo en uno de los podios más exclusivos de todo el mundo, sabiendo que esa alegría se deberá en buena parte a él mismo.
El ciclismo, más que muchos otros deportes de conjunto, es una disciplina de estrategia, de decisiones sobre la marcha que lo mismo llevan al triunfo que a la derrota.
En ese ajedrez de segundos el trabajo del peón es, sencillamente, vital, porque difícilmente alguna leyenda de los pedales logró construir su historia sin tener al menos un gregario de lujo a su lado.
Son ellos, los que trabajan tras bambalinas, quienes mantienen cobijados a los capos en días de lluvia, los que le ponen el pecho al viento para ahorrar desgaste a sus líderes y los que incluso tendrán que ceder su bicicleta cuando el apuro y el apremio así lo exijan.
De eso siempre ha sido testigo Amador, incluso en el pasado Tour de Francia cuando emocionó con una longeva escapada en la etapa reina de la ronda gala, ahí donde tuvo que aminorar la marcha para esperar a Alejandro Valverde y el propio Quintana con el fin de reabastecerlos antes del último ascenso.
Es un trabajo de sacrificio pero aplaudido dentro de la caravana, donde hay más consciencia de que cada pieza en carretera tiene un valor demasiado alto cuando de atacar o defender se trata.
“Yo sé que a veces a la gente le cuesta entender eso, que para todos y para mí es un orgullo pelear o ganar una etapa, pero el objetivo no es ese, es uno más grande que es pelear la carrera con Nairo”, explicó días atrás Amador.
Hace dos años, cuando el tico hizo historia subiéndose al podio en dos etapas de la Corsa Rosa , el Movistar Team estaba lleno de libertades que hoy no existen, mucho menos para una de sus principales figuras: el peón Andrey Amador.