Ni el frío, ni la lluvia, ni la amarga montaña rusa de emociones en la que se convirtió anoche el juego ante Jamaica, impidieron que miles de almas inundaran eufóricas las calles josefinas para celebrar la ansiada clasificación de Costa Rica a un nuevo Mundial.
Desde el final de la tarde gris, cada rincón de San José se convirtió en un caos vial, donde todos corrían desesperados para sentarse frente a un televisor o cualquier aparato que les mostrara lo que ocurría en Kingston.
Desde el inicio del encuentro, en la capital se respiraba el optimismo, pero nadie se atrevía a quitar la mirada un segundo de las pantallas colocadas en aceras, edificios, bares, restaurantes y oficinas.
La espera se volvió tensión y se fue extendiendo minuto tras minuto, hasta que cayó el gol tricolor.
Cuando Randall Brenes remató, el corazón de cada costarricense que observaba el partido se detuvo por un segundo hasta explotar en el gran grito de desahogo.
Tras el gol, el icónico “oe, oe, oee, ticos” salía de las gargantas y rebotada prácticamente en todas las paredes josefinas.
Pero cuando comenzaba la fiesta, los fantasmas de la eliminatoria a Sudáfrica volvieron a atormentar Costa Rica. Un gol en tiempo de descuento, un ingratísimo déja vú dejó la ciudad en un silencio profundo.
Resignados, la mayoría buscó un techo para refugiarse de la lluvia y digerir la amargura de esperar 45 minutos para que Honduras nos “echara una mano”.
Goles ticos o goles catrachos, en ese momento en San Pedro de Montes de Oca, se celebraban por igual. El 1-1 de Panamá , el 2-1 de Honduras, el 2-2 de Panamá... La zozobra no pudo ser peor...
Hasta que llegó el pitazo final y se “cayó la casa”. La calle de la amargura fue un mar de brazos levantados para celebrar lo inolvidable: haríamos las maletas a Brasil.
La celebración del pueblo fue el resultado lógico, luego de que cuatro millones de gargantas soportaran una larga y eterna hora para festejar.
Los pitos de los automóviles fue la música de fondo, la cerveza volaba por los aires, abrazos iban y venían, incluso entre desconocidos.
“Esto es una locura, pero hay que salvar las energías porque de aquí nos vamos todos a recibir a la Sele al aeropuerto”, gritaba casi histérico uno de los tantos que llevarían la fiesta al Santamaría.
Como un ejercito, miles marcharon hacia la Fuente de la Hispanidad para crear el vórtice de color rojo que celebra los grandes logros del fútbol tico.
Los cánticos infinitos y las banderas ondulando provocaban escalofríos indistinguibles al cuerpo.
Para cualquiera que viera lo que pasaba anoche frente al Mall San Pedro, era imposible no inspirarse: Costa Rica se había colado por cuarta vez entre los grandes.