Ríos de Janeiro. Luiz Felipe Scolari dejó ayer el cargo de seleccionador de Brasil en una posición diametralmente opuesta a su primera etapa con el equipo nacional, cuando, en 2002, ganó el quinto título mundial, y ahora es ampliamente señalado como culpable por la derrota por 7-1 contra Alemania.
El triunfo en Corea del Sur y Japón 2002 le brindó a Scolari una reputación prolongada en su país, suficiente para posicionarse catorce años después como el único entrenador con respaldo suficiente como para asumir el reto de dirigir a Brasil en su propia casa.
La goleada histórica contra Alemania, la mayor que Brasil encajó desde la fundación de su federación nacional de fútbol hace 99 años y once meses, dilapidó todo ese crédito de un plumazo.
Los seis minutos del “apagón” brasileño en los que Alemania hizo cuatro goles consecutivos en la portería de Julio César en las semifinales del Mundial, arrasaron su prestigio de ser un técnico defensivo, que sabe organizar un equipo y amarrar los resultados.
Los nervios, llantos y volatilidad emocional de los jugadores brasileños durante todo el Mundial que jugaron en su casa, también hicieron tambalear su fama de buen psicólogo, de entrenador especialista en manejar banquillos.
Sobre todo, la derrota contra Alemania enterró su imagen de entrenador con resultados, que consigue los objetivos para los que le contratan, aunque ello suponga una renuncia al buen fútbol, algo de lo que Felipão hace gala.
Pero en realidad, el paso de Scolari del panteón de los campeones al ostracismo no ha sido automático y en sus últimas experiencias sufrió tropiezos dolorosos, resultados que no dejaron contentos a todos y fracasos sonados.
Debido a su éxito con Brasil en 2002, Scolari fue invitado a dirigir a Portugal y obtuvo unos resultados notables, pero agridulces.
Alcanzó la final de la Eurocopa 2004 en Lisboa, pero la perdió contra Grecia, y después llevó a la selección lusa a las semifinales del Mundial de Alemania 2006 y a los cuartos de la Eurocopa 2008.
En el Chelsea inglés no tuvo un buen año en la temporada 2008-2009 y fue despedido sin lograr ni un título, antes de irse dos años a un país con poca tradición futbolística como Uzbekistán, donde ganó la liga con el Bunyodkor.
Su regreso a Brasil fue más amargo, pues pasó de ganar la Copa de Brasil con el Palmeiras a llevar al equipo, el más laureado del país, prácticamente a la segunda división en la misma temporada.
Algunos medios no han olvidado los exabruptos y ahora han hurgado en la herida abierta que siempre quedará en su currículo, de ser responsable de la mayor y más dolorosa derrota de la historia.