Al final, los directores técnicos Jürgen Klinsmann y Joachim Löw se abrazaron tan sonrientes que ni siquiera parecían alemanes.
Klinsmann logró clasificar este jueves a Estados Unidos a octavos de final y Löw logró hacer ver que no había amaños, que su batallón alemán entiende el triunfo sí o sí como el único camino para uno de los favoritos a ganar la Copa Mundial.
El marcador fue 1-0 (Müller, al 55’) pero los dos ganaron. Esto es lo que ocurre cuando un juego no es en realidad uno sino dos, como bien saben los estadounidenses.
Ayer cayeron derrotados en el estadio Pernambuco, en Recife, pero su billete deben agradecerlo a Cristiano Ronaldo y su insulsa compañía portuguesa. O a Ghana, su autogol y su incapacidad de jugar en Brasilia ante los lusos como lo hicieron el domingo en el 2-2 contra Alemania. Vale decir que los estadounidenses sacaron, ausentes en Brasilia, un 2-1 a su favor.
Porque en el futbol, Estados Unidos es ‘Estados Unidos y sus circunstancias’. Los ticos jamás olvidaremos aquella puñalada (octubre del 2009, Washington) que nos sacó del cuerpo la ilusión de ir a Sudáfrica 2010, con la complicidad del gol que el afortunado Honduras anotaba agónico en El Salvador.
Los panameños tampoco olvidarán el partido de este 15 de octubre; en el último minuto los pupilos de Klinnsman voltearon el marcador y abrieron el portón para que México (desde otro estadio) llegara a donde está hoy, fuerte en Brasil.
Esta vez Estados Unidos cobró los servicios. Ayer for you y hoy for me . Con cuatro goles a favor, cuatro goles en contra y cuatro puntos, los números ajenos se le alinearon como en la máquina de un casino. Debe de saber Cristiano Ronaldo que su único golcito en esta Copa Mundial le sirvió de algo a alguien.
Contra Alemania, los soldados de Klinsmann hicieron lo poco que se puede hacer contra un cuadro que maneja la bola como Schumacher manejaba en la Fórmula 1. Van intrépidos, volados casi siempre y frenados casi nunca.
Estados Unidos, esa potencia económica y consumidora que tanto tienta a la FIFA, tenía a 11 futbolistas defendiéndose con garra (¡pago extra a Tim Howard y a Omar González!) y esperando para atacar cuando los alemanes exhalaban entre un sprint y otro.
En las redes sociales circulaban fotos de aficionados ansiosos en el parque Dupont Circle de Washington y de Barack Omaba a bordo de su Air Force One, frente a la pantalla con el juego de Pernambuco. Es verano en Estados Unidos, pero las imágenes mostraban un aguacero inclemente sobre la cancha de soccer impecable de Recife.
Klinsmann, aquel grande de Francia 98 es hoy el pastor alemán de Estados Unidos. Sabe guiarlos y les da seguridad, pero no milagros.
Pudieron aguantar casi una hora y hasta tuvieron una opción brillante con Graham Zusi, cuyo remate cercano al ángulo Manuel Neur demostró que Estados Unidos tampoco se fiaba del juego de portugueses y ghaneses.
Pero poco podían hacer los estadounidenses ante las maniobras veloces de los alemanes, encantados de conducir sobre mojado y calentarle las manos a Howard. Özil tuvo que tragar en el 35’ un grito de gol que ya estaba cantado.
El gol llegó porque tenía que llegar para fumigar todas las sospechas. Özil de nuevo le probó los guantes a Howard, que desvió hacia el extremo derecho de área.
Por ahí venía Thomas Müller, que remató como si urgiera desde la línea blanca. Iba por bajo, fuerte y colocado, con esa curvatura que solo se aprecia bien en la cámara lenta. Sus cuatro tantos lo ponen en línea con Messi y Neymar.
Los de Klinsmann quisieron reaccionar. Pueden perder el partido, pero no el honor y sabían que en Brasilia, a 2.000 kilómetros en carretera, estaban portugueses y ghaneses jodiéndose entre sí.
Al ratico vendría el abrazo sonriente de los alemanes. Una contentera en Recife.