Eufórico, pero solitario, pensativo, pero solitario, reclamón, pero sin apoyo, así fue el transcurrir de Jorge Luis Pinto dentro de la zona técnica que divide a los hombres del banquillo del espectáculo.
Gesticuloso, a veces hasta ventrílocuo, fuera en momentos de tensión o de total alegría, una constante acompañó a Pinto, su eterna y visible soledad.
Así lo dejan saber los partidos ante Uruguay, Italia, Inglaterra, Grecia y Holanda, en los que el cafetero, hoy acusado de prepotente por sus asistentes, se nota repleto de emociones, pero, casi siempre, sin nadie con quien compartir.
De los cinco tantos que marcó el país, sin contar los penales, tres ante Uruguay, uno contra Italia y otro frente a Grecia, solo en dos se nota un ligero esbozo de abrazo entre Pinto y otra persona.
Fue en el 2-1 con que Óscar Duarte le dio vuelta al juego frente a los charrúas, y en el 1-0 contra Italia, que un asistente –no identificado– y Waylon Francis, respectivamente, lo saludan.
Mas, ambas gestos, rápidos y poco “apasionados”, no riman con lo que en ese momento vivió el equipos y el país entero.
La generalidad del Mundial era observar a Pinto levantar los brazos hasta donde su saco le diera espacio, pero solo, muy solo.
El escasísimo momento en que se le ve cercano a su cuerpo técnico fue durante los penales ante Holanda, que eliminaron a la Tricolor, y en los que la televisión lo pilla al lado de Luis Gabelo Conejo, preparador de porteros.
En ningún momento Paulo Wanchope o Luis Marín, sus supuestos hombres de confianza, se acercaron a su lado para festejar las victorias ticas; sus momentos eran para dialogar, no más.
El dolor o la emoción, para Pinto, se vivieron en soledad, las grietas ya estaban abiertas.