El partido más parido de la historia del futbol tico comenzó cuando aún rondaba en la capital gente de la marcha de la diversidad sexual.
Era un domingo para multitudes y Jimena, una transexual vestida de la “Mujer maravilla”, se acercó con dos amigas a la plaza de la Democracia para ver el partido.
Miles de aficionados de todo color y condición llegaron convocados por una pantalla gigante. Era un estadio virtual al que llegaron Jimena y también Andrés Zhen, un muchacho de 19 años. Iba en silla de ruedas con su grupillo de amigos que le buscaban un sitio adecuado para sufrir con comodidad.
Tiene la enfermedad conocida como “huesos de cristal” y lleva un respirador artificial siempre.
En el toldo principal de los patrocinadores estaban los privilegiados, en medio del anfiteatro de la plaza. Otros vieron todo subidos en los árboles, de cara hacia el sur.
Veían la pantalla con el partido y allá atrás los cerros de Alajuelita. Si no hubiera estado nublado, la cruz de Alajuelita hubiera sido parte del escenario en el que casi todos acabaron rezando.
Ni sol ni lluvia, ni frío ni calor; ni brisa ni quietud. Las tormentas eléctricas estaban debajo de la camisa de cada uno en el partido más sufrido de la historia.
En el toldo estaba un señor negro bebiendo su Imperial disimulada con una bolsa. Estaba solo y me abrazaba en cada momento de tensión, como mil veces.
Iba de chonete y pañuelo típico y bailaba cada vez que se oía “agárrense de las manos” en los parlantes. Sus ojos dejaban ver que no era la primera Imperial del día.
Se fue en el descanso del medio tiempo y al reinicio no estaba todavía. De repente, la pantalla mostró a Christian Bolaños dando un pase que Bryan Ruiz supo colocar con delicadeza en el marco griego y en el corazoncito de todos.
Entonces, fui yo el que busqué al señor negro para abrazarlo y ahí estaba ya. Detrás suyo, un bebé llamado Lucas abría sus ojitos claros como para grabar lo que algún día le explicarán sus papás. ¡Enorme!
La celebración era grandiosa, una muchedumbre extasiada como en la película 300 , pero nadie imaginaba cuánta tensión faltaba.
Después, llegó la expulsión de Duarte, “el más guapo”, según Jimena, que habrá llorado viéndole salir con la cara hecha tristeza.
La gente recordaba la madre del árbitro australiano y eso era lo más parecido a un estadio en vivo.
Después llegó la embestida griega y a sufrir como nunca. El señor negro exhalaba y olía a hospital, pero de súbito llegó un aroma suave a marihuana. Dos adolescentes que texteaban como desenfrenadas se miraron entre sí y sonrieron.
Keylor Navas rechazaba todo y la gente celebraba como si fueran goles ticos. El respirador artificial de Andrés tenía más de un cliente.
Llegó el gol griego y todo quedó callado. Treinta segundos de derrumbe y reclamos a los dioses, hasta que algún valiente empezó con el “sí se puede, sí se puede”.
Vino el tiempo extra con el sufrimiento extra. Olía de nuevo a marihuana y olía a penales.
Vendrían los tiros y la imagen de los jugadores ticos abrazados y arrodillados.
Algo grandioso ocurrió con cada uno de los cinco remates eficaces y con el paradón de Keylor. Sensaciones explosivas que pasaron demasiado rápido.
En segundos, una correntada de gente iba hacia la fuente La Hispanidad para el rito victorioso.
Baile, cornetas, tambores. Una multitud formada por todos. Abuelas, bebés, transexuales, jóvenes descamisados y familias completas. Y una bola que rebotaba feliz encima de la muchedumbre. La noche comenzaba y la fiesta parecía destinada a no acabar jamás.