Para La Nación
El futbol europeo es el manantial de agua en el que pretenden reflejar su rostro los ticos que prometen desde niños.
De Costa Rica emigran cada año jugadores en busca del Viejo Continente. Del cantón capitalino, escapó muy joven Roberto Flores Pineda, hoy instalado en la isla de Mallorca desde hace más de una década y uno de los pocos que había concursado en una categoría semiprofesional hasta Navas y Campbell.
Su historia es curiosa. Sus padres, nativos de Escazú, emprendieron un viaje sin retorno a España. Se establecieron junto a sus dos hijos en la isla mallorquina de Manacor, donde Flores se unió en la disciplina del Valencia, uno de los clubes más laureados de la Liga.
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En el 2003 y recibiría la gran noticia: iba a disputar el Mundial de Finlandia. El Valencia, club que tenía sus derechos, aceptó y se fue a Helsinki para probar fortuna.
El combinado Tricolor quedó en el grupo B junto a Argentina, Nigeria y Australia.
Tras igualar ante Nigeria y perder ante Argentina, Costa Rica se sorteaba el boleto en el último partido ante Australia.
“Ganamos y nos clasificamos. Fue una experiencia muy bonita”, recuerda Flores con una sonrisa. Luego Colombia aceleró el adiós en los cuartos de final.
Nunca más regresó a la selección, aunque hubo oportunidades. “Empecé a estudiar (Educación Física) y el calendario de exámenes me ayudaba poco”, confiesa.
Su vida prosiguió en un pueblo en el que ahora es concejal de Deportes y continúa jugando al futbol. Estuvo en la planilla manacorí en Segunda B de España, después de recorrer miles de kilómetros por el mapa de la nación futbolística.