El jugar en medio de la naturaleza, trepar árboles, tener contacto con el zacate, con animales y con otros niños de edades similares, son actividades que impulsan el desarrollo de los menores en casi todas las áreas.
También caerse, golpearse, rasparse, sangrar un poquito, tener problemas con los compañeros de recreo y hasta llorar en el proceso, son acciones que resultan en más beneficios que perjuicios. Estas son las conclusiones de seis estudios revisados por La Nación sobre los juegos al aire libre durante la niñez.
El primero de estos análisis , realizado por el Instituto de Investigación del Hospital de Niños de Baja California y publicado en la revista International Journal of Environmental Research and Public Health, señaló que juegos que son considerados “peligrosos” por muchos adultos, como subir árboles, columpiarse a alta velocidad o brincar desde alturas moderadas, ayudan al desarrollo infantil.
“Los ambientes de juego donde los niños toman riesgos hacen que el tiempo sea más disfrutado, haya más interacciones sociales, más creatividad y una mejor aceptación de las cosas desagradables de la vida”, asegura Mariana Brussoni, autora del estudio.
“Estos resultados positivos reflejan la importancia de apoyar las oportunidades de jugar al aire libre con todos los riesgos que esto conlleva, pues también ayuda a un estilo de vida más activo, lo que beneficia la salud”, añadió.
Para Brussoni, estos juegos ayudan a los menores a imponerse sus propios límites.
Otro trabajo realizado en Estados Unidos, Gran Bretaña, Suecia y Alemania evidenció que el esparcimiento fuera de cuatro paredes ayuda al aprendizaje.
“Este juego motiva la exploración, el cuidado del ambiente y hasta comienzan a hacerse preguntas que los llevarán de la mano a respuestas científicas sobre la luz, la biodiversidad y el porqué de los colores”, cita la revista International Journal of Play.
Aprendizaje. En su libro Free to Learn, el psicólogo Peter Gray, de la Universidad de Boston, comenta que todos los niños nacen con curiosidad, sentido del juego y sociabilidad innatas, pero, a partir de que entran a la escuela, lo que en un principio era divertido se torna forzado y genera mayor ansiedad y estrés.
“Jugar con otros niños, sin la mediación de adultos, permite que los pequeños aprendan a tomar sus propias decisiones, controlen sus emociones e impulsos, vean la perspectiva de otras personas, negocien diferencias con otros y hagan amigos”, afirmó el especialista Gray en un comunicado de prensa.
“En otras palabras, es en el juego donde los niños aprenden a tener control de sus vidas”, apuntó el especialista en la nota.
Todos los estudios aconsejan la supervisión de las actividades de recreación, ya sea por parte de padres o adultos responsables, pero sin que ellos interfieran en las decisiones de qué jugar ni el curso que debe tomar el juego.
Gray concluye que dejar a los pequeños divertirse derivará en adultos más felices, así como más responsables y con mayor éxito, pues habrán podido explorar sus talentos de una forma lúdica y sin presiones, lo que a su vez genera confianza en sí mismos.