Tiene un doctorado en Bioquímica y estudios de Química en el prestigioso Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT).
Su propósito: dar con tratamientos genéticos para enfermedades neurodegenerativas como el huntington y alzhéimer.
Erika Ebbel, a su vez, es dueña de una belleza que muchas personas envidiarían. Sus atributos físicos la llevaron a coronarse como Miss Massachusetts 2002 y finalista del concurso Miss América en el 2003.
Ebbel también estudió piano durante su niñez y ha dado conciertos, aunque es algo que ahora ve más como un pasatiempo para cuando necesita relajarse.
La investigadora estuvo de visita en el Instituto Tecnológico de Costa Rica, en Cartago, donde departió con los estudiantes.
La Nación aprovechó para conocer más de esta inspiradora mujer quien postula: “Lo más importante en la vida es cruzar nuestros propios límites; es así como llegará lo mejor de la vida”. Aquí, parte de la conversación.
¿Qué nació primero: el amor por la ciencia o por la belleza?
Por la ciencia, definitivamente. Cuando tenía 11 años, la escuela a que asistía organizó una visita académica a Washington, pero mis padres tenían planeado un viaje de vacaciones a Cancún, y me pusieron a escoger a cuál ir. Yo escogí ir a Cancún.
”A quienes nos quedamos en la escuela mientras los demás iban a Washington, se nos dio a leer libros de ciencia ficción como Jurassic Park y eso hizo que me interesara por los posibles alcances de la ciencia.
”Luego, cuando andaba con mis padres a Cancún, fuimos a un lugar donde había un criadero de cocodrilos. Ahí, se nos explicó que cuando cierto tipo de cocodrilos sufre una agresión fuerte, se deja morir y lentamente se va suicidando. Eso me impactó.
”Cuando volví a la escuela, estaba cerca la inscripción de proyectos para la feria científica, y quise saber si las células cometían algún tipo de ‘suicidio’ cuando eran atacadas por virus, de la misma forma en que lo hacían los cocodrilos. Y ahí comenzó todo. Pero no fue fácil”.
¿Qué obstáculos encontró?
Mis maestros de escuela me dijeron que no conocían lo suficiente del tema como para apoyarme, pero me motivaron a buscar un mentor para el proyecto en laboratorios de investigación en la ciudad.
”Ninguno quería ayudarme. Algunos laboratorios incluso llamaron a mis papás diciendo que estaban preocupados de que yo estuviera buscando ayuda en laboratorios estatales y nacionales solamente para una feria científica escolar.
”Creo que esta fue la primera vez que crucé mis propios límites, pero eso es bueno. Lo mejor de la vida se da cuando cruzamos nuestros límites”.
¿Cómo resultó la búsqueda del mentor?
Pues en un laboratorio público encontré a un hombre llamado Michael y él se convirtió en mi mentor. No solo de eso, sino de trabajos futuros.
”Así fue como vi que sí servía imponernos el reto de cruzar nuestros límites. Si somos lo suficientemente valientes y preguntamos, no todos van a responder, pero siempre habrá alguien dispuesto a ayudar.
”En mi caso, las ciencias no eran algo que se me diera naturalmente. Me gustaban, pero tenía que esforzarme para conseguir buenas notas. Lo que se me daba naturalmente era la música. Desde que recuerdo, he tocado piano.
”Fue el empujarme los límites lo que me hizo surgir. Cuando uno empuja sus límites y los cruza, es cierto que nos lleva a lugares incómodos donde no nos gusta estar. Pero también ahí es donde sale lo mejor de nuestra vida. Lo veo como tener una mano de cartas e irla mejorando continuamente, hasta solo quedarse con los ases”.
¿Y fue así como llegaron los concursos de belleza?
No exactamente. Ahí fueron mis amigos los que empujaron mis límites. Estábamos viendo Miss Estados Unidos en la televisión y todos coincidieron en que debía participar. Yo me negaba. Sin que yo lo supiera, ellos enviaron fotografías mías a la organización del concurso, y a las pocas semanas me escribieron para decirme que había aprobado el primer proceso de elección y que me esperaban para los siguientes.
”No iba a quedar como la cobarde, así que me aventuré. Yo no sabía nada de belleza. En las ferias científicas, tu cabello pasa recogido en un moño y se lleva poco o nada de maquillaje. Lo mismo pasa en la universidad cuando estudias una carrera científica. Así que no me fue bien en ese primer concurso.
”Entonces me puse a estudiar. Sabía que podía sacarle provecho a eso para ser mejor. Contraté a un entrenador. Aprendí a caminar, a vestirme, a moverme y a desenvolverme frente a una audiencia más grande que cuatro miembros del jurado de una feria científica. Trabajé mucho.
”Así fue como gané dos concursos de belleza, y es algo con lo que aún me gusta colaborar”.
¿Cómo lidiar con el estereotipo de que las mujeres que participan en concursos de belleza no tienen inteligencia?
No hay que decirlo; la gente se da cuenta sola. Cuando uno habla con ellos, ven que una no es tonta y el estereotipo se cae.
”Además, es más difícil responder preguntas en concursos de belleza.
”Con la ciencia solo hay una respuesta correcta y ya, una demuestra lo que sabe. Por una pregunta abierta sobre la opinión que se tiene sobre la guerra hay que pensarla más y articularla mejor. Uno debe responder para no herir susceptibilidades, pero también para mantenerse fiel a lo que uno cree y siente, y eso es mucho más difícil que responder ciencia.
¿Cuáles proyectos siguen?
Me enfoco no solo en la empresa –la cual testea pruebas genéticas para enfermedades neurodegenerativas–, también en enamorar a los niños de la ciencia.
”Tenemos un programa en los que científicos van a las escuelas y les cuentan a los niños lo que hacen y responden a sus preguntas. Los niños no pueden tenerle miedo a la ciencia cuando esta puede ser lo mejor de su vida”.