Arcachon, Francia
Las catástrofes naturales en costas de Indonesia, Chile y Japón de los últimos años han contribuido a hacer avanzar enormemente la ciencia de la "dinámica costera", dejando obsoletas muchas ideas.
La sucesión de violentos y mortíferos sunamis (Indonesia 2004, Chile 2010, Japón 2011) "han reactivado el interés" por las costas, aseguraron esta semana en Arcachón (suroeste de Francia) los 250 oceanógrafos, físicos, sedimentólogos, geólogos e ingenieros de fluidos o matemáticos, procedentes de 27 países para participar en la primera reunión en Francia de la Conferencia Internacional sobre la Dinámica de las Costas.
Hay que remontarse a la II Guerra Mundial y al creciente interés que suscitan las playas, en la óptica de los desembarcos para encontrar un interés similar al actual, dice Philippe Bonneton, director de investigación del CNRS-Bordeaux y anfitrión del congreso.
"Actualmente, la ciencia sobre la propagación de olas de sunami tiene buen nivel, pero todavía falta por aprender sobre las fuentes de los sunamis y sobre los modelos de inundación, de sumersión", explica Stephan Grilli, oceanógrafo de la Universidad estadounidense de Rhodes Island, considerado como uno de los expertos mundiales de estos fenómenos.
En Chile, por ejemplo, el sunami "ha puesto en entredicho la idea bastante extendida de que la primera ola del sunami es la más peligrosa", explica Rodrigo Cienfuegos, del Centro Nacional de Investigación sobre la Gestión Integral de Desastres, creado en Santiago tras la catástrofe del 2010.
En Japón, el equipo de Grilli ha resuelto lo que parecía un enigma: ¿por qué en Sankuri, bastante lejos del norte de la zona a priori más expuesta, la masa de agua alcanzó los 40 metros de altura, mientras que en otros sitios fue de entre 14 y 20 metros? La respuesta se debe al hundimiento submarino, en un terreno sedimentado inestable que amplificó monstruosamente el efecto del sunami.
Ese es uno de los sectores hacia los que se orienta la investigación sobre los sunamis: las fuentes "complementarias" que permitirían "identificar zonas de riesgo creciente en caso de que ocurra uno de esos fenómenos, por ejemplo analizando en el suelo los hundimientos pasados", explica.
Independientemente de su grado de destrucción, los sunamis recientes han permitido a los investigadores obtener gran cantidad de información sobre el comportamiento de estas masas de agua, la forma en que sumergen edificios, un estuario, un puerto.
El año 2011, por ejemplo, ayudó a comprender mejor el fenómeno de "torbellino duradero", que agitó los puertos en California, al otro lado del Pacífico, hasta 40 horas después del sunami. Ello debería permitir preparar mejor los puertos y los barcos, dice Grilli.
La erosión de playas de arena afecta, por su parte, al 70% de las mismas en el mundo. "Hasta hace unos 20 años, la idea dominante era proteger con diques, espigones, cemento. Medidas 'duras' o 'permanentes'. En todo caso se pensaba que eran permanentes", explica Marcel Stive de la Universidad de Delft (Holanda), considerado como uno de los 'papas' mundiales de la erosión.
Repetidos fracasos han demostrado que a veces era "peor el remedio que la enfermedad".
"Si es posible, lo que hay que hacer es ayudar a la playa a comportarse de la forma más natural posible", explica Stive, que asesora a estados, por ejemplo a Vietnam, sobre el futuro desarrollo del delta del río Mekong.
Y es que estas costas se ajustan y se regulan, "se autoprotegen" erosionándose y después retrocediendo dependiendo de la temporada y de las tempestades, "pero de forma natural", resume.
También en materia de lucha contra la erosión, el futuro es fortalecer las playas con sedimentos de arena.
No precisamente con un aporte puntual para satisfacer a los turistas cuando llega el verano, sino creando una excrecencia arenosa para dejar a la naturaleza que haga su trabajo y no volver cada año a perturbar el ecosistema o los presupuestos.
"Construir con la naturaleza". Es la filosofía del sand engine ("motor de arena"), creado por Stive y aplicado en el 2011 en un pedazo de 20 km del litoral holandés al sur de La Haya. Veintiún millones de metros cúbicos de sedimento depositados, que la erosión natural tardará 20 años en dispersar.
El hombre, que ha explotado y poblado los litorales desde hace siglos, ¿ayudará a regenerarlos de manera "suave"? Es una de las preguntas que se hace la "ciencia costera" y una paradoja que atrae a los investigadores de los litorales.