¿Hacer desaparecer rápido esos rollitos de más que se han sumado al cuerpo tras años de malos hábitos? Eso sería fabuloso, pero actualmente no es muy realista.
Aún no existen muchas respuestas saludables, pero la ciencia las busca con desesperación.
Hay estudios de todo tipo: psicológicos, genéticos, endocrinológicos, alimentarios y de fármacos, unos más exitosos que otros.
La mayoría de los estudios genéticos se hacen en animales, en especial en monos y roedores. En ellos se busca comprobar cómo se produce la grasa en el cuerpo y cómo se “reproducen” las células que la almacenan para alterar a nuestro favor ese mecanismo.
También se investiga si se puede restablecer el “orden natural” del reloj biológico con fármacos.
Thomas Burris, del Instituto Scripss de Florida, cree que sí. Para probarlo, él experimenta en animales la ingesta de dos componentes sintéticos cuyos nombres no se revelan, pero que son capaces de activar las proteínas REV-ERBa y REV-ERBb. Ambas son reconocidas por su contribución en regular el reloj biológico.
El consumo de esos químicos dos veces al día durante 12 días, demostró cinco bondades. Primero, los animales bajaron de peso al ingerir la misma cantidad de comida. Segundo, en todos los casos se les redujo un 47% el colesterol y un 12% los triglicéridos en la corriente sanguínea. En tercer lugar, los animales experimentaron una mejora del 5% en el consumo de oxígeno, lo que sugiere un alza en el gasto energético tanto de día como de noche.
Finalmente, ellos experimentaron cambios visibles en su nivel de actividad, alineándose mejor a los periodos de luz y oscuridad. Esto último da pistas de que esos componentes podrían ayudar a tratar desórdenes de sueño y el jet lag , dijo Burris, quien aún no sabe cómo trasladará esta experiencia a las personas obesas.
Pero hay más. Para evitar el hambre, también se ha avanzado en conocer la estructura atómica de la leptina, hormona que ayuda a las personas a sentirse satisfechas (o, popularmente, “llenas”) tras comer.
“Como conocemos la estructura de sus receptores, podemos empezar a desarrollar moléculas que puedan alterarla”, dijo el biólogo Pete Artymiuk, de la Universidad de Sheffield, en Inglaterra.
Ya existen pastillas que prometen aumentar la cantidad de leptina, pero hasta ahora no han demostrado ser muy efectivas. Por eso, también se mira en otras vías.
Por ejemplo, en la Universidad de Austin, Texas, están trabajando en el gen PFKFB3. Ellos creen que este es responsable de segregar una enzima encargada de regular la deposición de grasa y mejorar la sensibilidad del cuerpo a la insulina; es decir, la capacidad del organismo de convertir los carbohidratos en glucosa y obtener energía. El estudio parece prometedor, pero está en fase inicial.
Mientras tanto, hay quienes apuestan por el rol de las hormonas sexuales. Este año, en la reunión de endocrinólogos de Berlín se reveló cómo una terapia de testosterona de 5 años redujo un promedio de 16 kilos en varones de 61 años. Como las mujeres ganan grasa abdominal cuando baja su nivel de estrógenos, se evalúa si una terapia de estrógenos podría servirles.
Café, organismos y descargas. Hoy día, hay una variedad de pastillas y alimentos que prometen luchar contra la obesidad. La mayoría no tiene gran evidencia científica, pero entre las que se han publicado este año resalta un estudio hecho en Pensilvania, el cual analiza la acción del llamado ácido clorogénico, presente en el café verde sin tostar.
Tras una ingesta diaria de unos 1050 mg por 22 semanas, “los participantes perdieron 7,7 kilos, en promedio: 10,5% de pérdida del peso total y 16% de grasa corporal”, dijo el científico Joe Vinson en la reunión anual de la Asociación Estadounidense de Química, en California.
También hay un estudio reciente sobre las bondades del aceite extraído del fruto de los almendros, que ayuda al organismo a mejorar su sensibilidad hacia la insulina.
Entre las alternativas menos afamadas, está la estimulación cerebral profunda para “apagar” los deseos de comer dulces y grasa a deshoras. Consiste en una descarga eléctrica en el “circuito de la recompensa” del cerebro ubicado en la parte del frente de la llamada zona estrato ventral, que es también donde actúa la dopamina.
Otra indagación se hace en roedores, y manipula los microbios que habitan en sus intestinos para incidir en la segregación de encimas que discriminen entre lo que el organismo necesita y lo que bota.
Así las cosas, falta bastante tiempo para una cura. Casi todos los estudios están hoy en laboratorios. Se requerirá al menos una década para algunos pasen de animales a pruebas en humanos y se confirmen sus beneficios.