La península de Santa Elena, en Guanacaste, es un gigantesco museo natural de rocas y agua, que ayuda a entender cómo nació, creció, se desarrolló –y aún se sigue transformando– la pequeña porción de territorio que hoy conocemos como Costa Rica.
Al navegar por las mansas aguas del océano Pacífico –unas veces de color azul profundo, otras veces de un turquesa translúcido– se pueden ver, en todo su esplendor, diversas formaciones rocosas que despliegan gran cantidad de información sobre nuestro planeta.
“La península de Santa Elena es como un gran libro abierto, en cuyas páginas podemos leer, por lo menos, 130 millones de historia geológica de Costa Rica”, resumió el geólogo Percy Denyer, docente e investigador de la Escuela Centroamericana de Geología de la Universidad de Costa Rica.
Esta península forma parte del Área de Conservación de Guanacaste (ACG), está cerca de la frontera con Nicaragua y se encuentra protegida por ley.
Durante el recorrido en lancha, los ojos pueden ver lo que quieran, en esos monumentales bloques de roca esculpidos por fenómenos geológicos, el viento y el mar.
De repente sobresale un trozo de “torta chilena” con sus capas de hojaldre, por allá una ventana con marco de piedra, unos dedos gigantes que se entremezclan en una masa rojiza y hasta “edredones” de piedra con una textura acolchada.
“Costa Rica es un país joven, pues las rocas más antiguas tienen 170 millones de años. A pesar de que este país representa solo el 3,3% de la historia geológica de la Tierra, en la península de Santa Elena se pueden observar e investigar, de manera excepcional, gran diversidad de rasgos geológicos (rocas, minerales, fósiles y estructuras) y rasgos geomorfológicos (formas de la tierra y procesos) ”, explicó.
Una de las características más sobresaliente es el llamado nappe de Santa Elena. Esta es una especie de “sábana” o lámina en la que se fusionaron dos tipos de rocas: las llamadas peridotitas y los “diques” de composición basáltica.
Las peridotitas son rocas que se formaron a 50 kilómetros de profundidad en el manto terrestre (capa de rocas que se sitúa bajo la corteza terrestre). Movimientos tectónicos provocaron un desplazamiento de estas rocas hacia la superficie y hoy están expuestas.
Durante ese “viaje”, las peridotitas sufrieron una intromisión agresiva de otro tipo de rocas ígneas, es decir, de rocas que se forman a raíz del enfriamiento de magma (rocas fundidas del interior de la Tierra). Las rocas ígneas constituyen unos diques basálticos que atraviesan la peridotitas. “Son como las venas de la Tierra fosilizadas”, declaró Denyer.