Los artefactos espaciales –y hay centenares en la órbita de nuestro planeta y explorando el sistema solar– no servirían de mucho si no pudieran comunicarse con la Tierra para enviar los datos de lo que captan y recibir las órdenes de lo que tienen que hacer.
Por eso, desde el inicio de la aventura espacial, estuvo claro que diseñar satélites y naves era tan importante como montar estaciones de comunicaciones.
Esos conjuntos de antenas son “nuestros ojos y nuestros oídos para ver y escuchar el universo”, dice Charles Elachi, director del prestigioso Jet Propulsion Laboratory (JPL), centro de investigación responsable de las misiones de exploración planetaria de la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA).
Entre esas misiones, destaca el robot Curiosity de Marte, la sonda Cassini que está dando vueltas a Saturno, la New Horizons que viaja hacia Plutón o la Voyager 2, la primera nave espacial que ha salido ya del sistema solar.
Para garantizar esas comunicaciones, se creó, hace 50 años, la Red de Espacio Profundo (DSN).
Se considera espacio profundo a todo aquello que está más allá de la Luna, donde la comunicación es posible gracias a potentes antenas.
Desde todo lugar. La red DSN está integrada por tres complejos: el de Robledo de Chavela (España), el de Camberra (Australia) y el del desierto de Mojave, a 70 kilómetros al noroeste de Barstow (California).
La situación geográfica de estos, separados cerca de 120 grados en longitud, ha sido elegida para que los vehículos espaciales puedan mantener contacto constante con alguna estación terrena, independientemente del movimiento de rotación de la Tierra.
La red depende del JPL, pero, debido a los acuerdos de la NASA con el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), de la operación de Robledo se encargan técnicos e ingenieros españoles.
“Actualmente, tenemos una treintena de misiones activas, algunas sencillas de operar, como la del Voyager 2, que no tiene ya muchas operaciones y no hace fotos porque no tiene nada cerca que fotografiar”, dice Pablo Pérez Zapardiel, director de la base de Robledo.
Sin embargo, el experto asegura que otras son misiones muy complejas, como la del Curiosity, al que constantemente se le envían órdenes y luego se reciben resultados.
“El robot Curiosity está funcionando muy bien. Llegará a finales de año al pie de la montaña del cráter Gale para comenzar la ascensión”, detalló.
Para el futuro, adelanta el director del JPL, se preparan proyectos ambiciosos, como un submarino que entre en el océano que debe de haber bajo la capa de hielo de Europa, la luna de Júpiter, o una flotilla de globos que vuelen en la atmósfera de Titán, el satélite de Saturno. “Son misiones para las décadas de los 20 y los 30”, dice. La DSN tendrá que estar a la altura de los nuevos retos.
“Hay proyectos de comunicaciones láser en vez de utilizar radioseñales, como ahora”, explica Pérez Zapardiel.
La ventaja es que aumentará enormemente el volumen de transmisión de información de las naves espaciales.
“En el futuro se podrá, por ejemplo, recibir video en alta definición, en tiempo real, desde la superficie de Marte”, concluyó.
Esta red internacional de antenas está también detrás de misiones como Maven, liderada por la ingeniera costarricense Sandra Cauffman.
Maven llegará al Planeta Rojo en setiembre y analizará la atmósfera superior de Marte. Se podrá comunicar con los robots Opportunity y Curiosity, lanzados en el 2001 y el 2005.