Escribo estas líneas motivada por la desilusión que me embarga ante una gestión gubernamental que no alcanza los ideales de equidad, respeto y justicia social que miles de costarricenses esperábamos.
Y es que “con muchos nombres y variaciones, las líneas generales de la democracia social son las que inspiran hoy, en mayor o menor grado, a todas las sociedades que llevan adelante su desarrollo económico bajo gobiernos representativos”.
Así lo señaló varios lustros atrás el fundador del Partido Liberación Nacional, expresidente José Figueres Ferrer, en su libro La pobreza de las naciones.
Y como un manual político, esta obra guió durante décadas de progreso económico a líderes políticos y sociales y a un pueblo que surgió al panorama internacional, manifestando en todo momento su creatividad, educación y valores.
Ahora, estancada en el tiempo por la miopía de quienes escogen la desidia y el egoísmo como bandera y vapuleada por la desmedida ambición y la soberbia de algunos dirigentes, la Costa Rica que surgió a la luz, tras la instalación de la Segunda República, se ha ido comiendo sus múltiples logros y minando las bases de su propio desarrollo. Y aunque bien lo indicó Don Pepe: “Es una quimera la sociedad sin clases”, también es cierto que ante el desmedido ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres “lo que puede la civilización es formar sociedades con un mínimo de lucha y un máximo de colaboración, entre las clases como entre los individuos, cada cual acatando la obligación que se le impone, y buscando su propio interés esclarecido”.
El giro que nuestra sociedad debe dar, lamentablemente, no ha encontrado suficiente fuerza ni sustento en administraciones políticas recientes –incluida la actual–, en las que el afán de protagonismo, los yerros frecuentes, la vacuidad y la prepotencia de ciertos personajes han pisoteado la confianza, el equilibrio y la capacidad de servir al prójimo.
¿Cuántos años han pasado desde que Don Pepe escribiera La Pobreza de las naciones?
Y, sin embargo, cuán vigentes aún sus certeras frases: “Que los pueblos más afligidos repitan nuestras luchas. Nosotros, para seguir cruzando salvos por la selva de nuestro desarrollo, necesitamos cambiar de escopeta”. Y esa “escopeta” como diría Figueres, más bien ese arco, al cual asirnos para defender y evitar el inminente desplome de nuestro sistema de vida, es el que nos permita redefinir y recuperar la ruta social demócrata, desde donde se procure, en hechos concretos y fehacientes, una mejor repartición de la riqueza.
“Lo que propone la Social Democracia” –decía Don Pepe– y yo añadiría: la verdadera social democracia, “es corregir las deficiencias de la realidad existente, no como quien arranca y destruye un árbol viejo con rencor, sino como quien poda y abona su huerto con amor”.
Casi todo está dicho y, pese a ello, en la Costa Rica de hoy abundan las trabas mientras que, lamentablemente, escasean los valores.
Hay sobreoferta de improvisación e indecencia, pero cuesta encontrar transparencia y verdad.
Quizás, como lo presagió Don Pepe:
“En la gran tarea de alfabetizar al niño, no pulimos lo suficiente al ser humano, ni le hacemos sentirse solidario con el prójimo. Las normas de dignidad, decoro, hombría de bien, todo eso que en español llamamos ‘buena educación’ serán más necesarias y no menos, cuanto más rica sea la sociedad”.
Y reseñó Figueres: “Es indeseable pero frecuente, la confusión entre unos y otros grupos de la población. Las clases que están bien, saben muy poco sobre las clases que están mal. La población activa de un país se atiende con programas de desarrollo que fomenten el empleo; con justas disposiciones obrero-patronales; con seguridad social; con vivienda propia; con crédito y asistencia técnica al productor; con garantía de precios; con caminos, escuelas, bibliotecas, centros de salud y demás. La población activa necesita apoyo, justicia y responsabilidad”.
¿Cuán difícil puede ser ejecutar fielmente estos consejos?
A un año del término de esta administración, la crisis toca nuestras raíces más profundas...
No obstante, algunos seguiremos levantando la voz, en el marco del derecho propio y del respeto al ajeno, procurando actuar conforme a los principios del ser costarricense, que nos demanda honestidad, vivir sin perder la esperanza y continuar la lucha sin fin hacia la búsqueda del mayor beneficio para el mayor número.