Sentado en una esquina del Parque Morazán, don Julio pasa como uno más del montón. Ni su elegante traje de los años veinte, ni el gesto serio escondido tras su bigote, ni el asiento de piedra sobre el que reposa a casi dos metros de altura, logran hacer que alguien le prodigue al menos una mirada.
Lleva más de 50 años ahí, con un libro a medio terminar y la vista perdida en las montañas del norte de San José. A su lado, se aman las parejas, se prostituyen los travestis, se drogan los jóvenes y orinan los indigentes.
Son muchos los que caminan a su alrededor, ignorando la gran huella que dejó en el país cuando la cinta presidencial le cruzaba el pecho. Pero don Julio Acosta García no está solo. En plazas, parques, plazoletas y calles de la capital, decenas de monumentos escultóricos también son víctimas del desprecio.
Políticos, libertadores, artistas y ciudadanos ilustres inmortalizados en piedra, pasan los días sobre un pedestal sin que nadie se entere quiénes fueron. Algunos, han sido objeto de vandalismo y recibieron como premio mutilaciones,
“Costa Rica casi no tiene monumentos y la mayoría se concentran en la ciudad de San José. El costarricense parece olvidar que un pueblo puede ser mejor conocido y entendido por el arte que cultiva y por su herencia artística monumental”, escribe el autor Luis Ferrero en el prólogo del libro
El texto, publicado por el Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural, es un recuento exhaustivo de estatuas, bustos, efigies, placas y monumentos colocados desde hace varias décadas.
En San José, se levantan 68 monumentos dedicados a jefes de Estado, expresidentes de la República, líderes indígenas y ciudadanos ilustres de Costa Rica.
También hay obras conmemorativas de conquistadores, reyes, militares, filántropos, escritores, compositores, artistas e intelectuales de América Latina y Europa.
“En nuestro país, erigir monumentos escultóricos ha sido una práctica relativamente reciente. Durante el siglo XIX, el país era muy pobre, la escultura y la pintura estaban muy ligadas a la cuestión religiosa. Se hacían eran imágenes de santos para templos. No existía la escultura laica, ni el Estado se había preocupado por diseñar esculturas para colocar en espacios públicos”, explica Carlos Manuel Zamora, del Centro de Patrimonio.
Fue a partir de la década de 1880 cuando la élite liberal comenzó a modernizar San José para convertirla en una ciudad a la usanza europea. Una pequeña París con calles rodeadas de árboles, casas elegantes, parques y monumentos.
En los últimos años de esa centuria, se colocaron la estatua de Juan Santamaría (1891) y el Monumento Nacional (1895), dos grandes esculturas que fueron el detonante para que en varios pueblos del país, sobre todo en la capital, se levantaran obras conmemorativas de otros personajes y sucesos.
Efigies como las del presbítero Cecilio Umaña Fallas, Monseñor Bernardo Augusto Thiel, el expresidente Rafael Iglesias Castro, el general Antonio Maceo y el libertador Simón Bolívar se inauguraron pomposamente en las primeras décadas del siglo XX.
La mayoría de ellas fueron obras de artistas extranjeros y se ubicaron en sitios públicos como los parques Nacional, España y Morazán. Aunque, en buena teoría, reflejaban la admiración del pueblo, tampoco estuvieron exentas de polémica.
“En setiembre de 1918, una pacífica multitud presenció la develación de la estatua de Mauro Fernández. Casi un año después, una furiosa muchedumbre la destruyó (durante la caída de la dictadura de su yerno, Federico Tinoco).
Aunque opuestos, ambos hechos revelan que ciertas estatuas son símbolos políticos que se aman o se rechazan”, cuenta un artículo del historiador David Díaz Arias, profesor de la Universidad de Costa Rica.
Para Díaz, el monumento dedicado a Fernández representó también un momento culminante en nuestra estatuaria cívica, pues fue la primera estatua “genuinamente costarricense”, hecha por un escultor nacional: Juan Ramón Bonilla.
A lo largo del siglo pasado, decenas de monumentos conmemorativos fueron inaugurados en varios puntos de la capital.
La mayoría surgió por iniciativa del gobierno de turno para incluir a determinados personajes en la memoria nacional.
Al lado de las figuras costarricenses se erigieron monumentos dedicados a próceres de otros pueblos, muchos donados por sus respectivos países.
Algunos de estos monumentos contribuyeron a embellecer la apariencia de San José, otros, a criterio de Carlos Manuel Zamora, no aportaron mucho.
“A diferencia de lugares como Buenos Aires, México o La Habana, donde se desarrolla una estatuaria monumental, en Costa Rica hay una estatuaria modesta. Aquí lo que se instalaron en sitios públicos o calles fueron bustos, algunos de muy mala calidad; incluso, hay otros que son una afrenta para el homenajeado”, asegura el investigador.
Bellos o feos, queridos u odiados, lo cierto es que la mayoría de esos monumentos sobreviven hasta nuestros días.
Por el material en que están hechas o el sitio en el que fueron colocadas, algunas esculturas se han deteriorado por el clima.
El sol, la lluvia y el polvo han dejado una triste huella en el rostro de muchos personajes que, sobre todo, han sido marcados por el desinterés de miles de ciudadanos que pasan frente a ellos sin preguntarse: “¿y este quién fue?”.