Querida Virginia,
Me contó un amigo que cuando se murió la hija mayor de Compay Segundo, este dijo: “Se me jodió la cuerda prima”. No encuentro mejor imagen para decirte lo que nos pasó este 6 de octubre. Quiero prometerme y prometer, en voz alta, que no vamos a perder “armonía”, pero sin ti está difícil: necesitamos la dictadura de la primera cuerda.
En qué orfandad nos dejas, Virginia Pérez Ratton. Pero lo malo que quede para luego. Tengo cosas más lindas que contarte. Empiezo.
Dice Juan Ignacio que dice Juan Carlos que está pensando en irse contigo, que con la gente que se ha ido la cosa debe estar mejor allá. Dicen Octavio, Sara y María Inés que la luna se enamoró de ti como de Antonio, que lo saludes. Dicen tus comadres, Cecilia y Rosina, que no te tomes todos los vinachos sin ellas.
Fede te pintó un celeste perfecto, pero seguro lo estabas mirando y metiste mano corrigiéndolo mientras lo hacía, diay, cómo si no te conociera. Lo dejó inconcluso, si crees que es una metáfora de tu vida de este lado, pues te digo que no estoy tan segura, porque tú si que hiciste cosas. Lo discutimos un día de estos con calma. Priscilla te hizo las escaleritas, con la premura casi se le olvida lo de la tiza, una ironía. Seguro te fuiste feliz brincoteando
Tu gente de TEOR/éTica se puso pilas y aquello quedó “demasiado” lindo. Pero qué te cuento si seguro lo chequeaste todo, con lo
Hago un paréntesis: si te tomaste todos los tragos que te brindamos, vas a llegar mareada. ¡Cuidado con las escaleras!
Estaban todos tus amigos, los de toda la vida. Las caras identificadas una por una, no con dolor, que aquello –como París para Hemingway y para ti– era una fiesta. También estuvimos los nuevos, tus discípulos. Se te cantó y te dijeron y leyeron cosas bonitas. Nada de adulaciones, que sabemos que no te gustaban. Hasta se habló un poquito mal de ti, para que no pierdas la costumbre. Tu vida sin ti no creas que va a ser tan distinta. Por cierto, nunca supe si viste esa película de Isabel Coixet: Mi vida sin mí. Ahora pienso más que nunca atesorarla. Insisto en eso de que por un rato largo las cosas van a tener que ver todas contigo. Ojalá un rato larguísimo.
Todos coincidieron en lo peleonera, hasta te imaginaron montada en caballo, dando batalla. Diste la batalla, querida, fuiste una guerrera. Eres una guerrera. Le hiciste la vida imposible al status quo, a la mediocridad del arte regional, a la mala praxis institucional y al cáncer. Ninguno te pudo, porque en el fondo sabemos que solo estás un poco cansada.
Quedamos pendientes con los portafolios de aquellos artistas que te mencioné. Te van a encantar. Pasa por la exposición que vamos a hacer en noviembre, yo sé que te las arreglarás para decirme qué piensas. Porque aunque te pelees tanto conmigo –que no es ninguna exclusividad, por cierto– no hay dos Vicky Pérez, los interlocutores como tú no están a la vuelta de la esquina. Lo hablamos con María. Gracias por dedicarme algunas tardes, por hablarme de Centroamérica, por inocularme esa enfermedad contagiosa que era tu pasión por este pedazo de mundo.
Menos mal que te dieron el Magón, qué discurso más bonito diste esa noche, te cito:
Era preciso analizar cómo un lugar inconcluso podía estar presente de manera digna en un mundo globalizado. ¿Qué sentido tenía buscar una inclusión en los ámbitos comerciales y económicos, si no se superaban los antiguos esquemas en la difusión y exportación de nuestro arte? Había que romper las barreras de lo local, de lo nacional, de lo chiquitico y provinciano, y ver hacia el mundo sin perder de vista que estamos en la cintura de América, que no somos más pero tampoco menos que nadie.
Ahí estaba la cosa Vicky, en tomar al toro por los cuernos, en “nombrar”. Sí que la tuviste clara, qué digo, la tienes. A propósito de eso nos acordamos de Borges y su
¿Ya te dije gracias por trabajar tanto? Sin ti todavía seríamos unos locos haciendo ocurrencias, gracias a ti digamos que existimos. Y a propósito de eso, Kurt Vonnegut, sí ese mismo, el de
De Jean Pierre, Dominique y Camille ni te cuento. Ellos son los únicos que saben el susurro perfecto para que los escuches bien. De hecho les voy a pedir que te lean esta carta. En febrero te escribo de vuelta y te cuento de Martín que seguro viene con un látigo y una botella de vino bajo el brazo, porque qué aburrida la gente que viene con un pan, por suerte eso no le pasa a tu familia, no le pasará a tu nieto. Y hablando de la familia, de ese matriarcado, de tu gente, tu madre y sus hermanas, quiero ser como ellas cuando crezca. ¡Qué fortaleza! Y contándote cosas más pedestres, tu hermana hizo ese picadillo de plátano, el mismo de la fiesta de
Dile a Gustavo que lo extrañamos que ahora sí tiene compañía de la buena en Portobelo; háganle una trastada a Sandra. De fijo a ratos se escapen por Santa Teresa o Malpaís; o retoman la conversación que dejaron pendiente hace tres navidades en la sala de Cami y Juani, si no me equivoco. No traten de arreglar el mundo, no tiene remedio.
Y bueno Doña, siga bailando y mientras tanto vaya haciéndonos campo.
De este lado ya te extrañamos.