La embajada brasileña ha auspiciado la antología
El volumen resulta una experiencia muy atinada para la cultura de Costa Rica, donde circula muy poco de esta poesía. Recordamos, de nuestros tiempos de lectores voraces de poesía, un solo ejemplar que manoseamos hasta el delirio de una memorable antología que existe –o existió– en la Biblioteca Carlos Monge Alfaro de la Universidad de Costa Rica.
En esa misma biblioteca figuran algunas traducciones de Vinicius de Moraes, el más reconocido poeta brasileño, quizás por su incursión en la música popular.
La presente antología es toda una celebración de la patria del verbo brasileño. Antes que una selección académica, el antologador, Mario Albán Camacho, trata de descubrirnos a unos poetas desde su propio oficio como poeta costarricense.
El Brasil ha estado escondido para nosotros, afirma Camacho haciendo referencia a un discurso de Augusto Roa Bastos: no solo “porque las traducciones en español de los escritores brasileños son escasas”, sino también porque la geopolítica ha dividido el universo cultural de los pueblos y los hace ignorarse unos a otros, los hace pensar que viven en islas, recurso por demás astuto para mantenerlos incomunicados.
La antología está conformada por el trabajo de 35 poetas, lo cual es poco si pensamos que hay algo cierto en la hipérbole de que existen por lo menos 11.000 poetas publicados en ese alucinante país, según datos de la poeta Leila Míccolis.
Aparte de esa cifra colosal para un lector apañado, consideramos que Brasil no produce en hordas poetas como Manuel Bandeira, Jorge de Lima, Mário Quintana, Carlos Drummond de Andrade, Lêdo Ivo y Thiago de Mello, entre otros, como tampoco los Estados Unidos, por su tamaño, producen centenas de Whitman, Ezra Pound o T. S. Eliot. La poesía siempre será esencial e importancia de pocos.
Esta antología obedece a un orden cronológico que considera dos grandes períodos: el colonial (1500-1836), etapa en la que imperaron el barroco y el arcadismo; y el período nacional, que arranca de 1836 y llega hasta nuestros días.
Exponente de ese barroco lejano es el poeta Gregório de Matos, a quien llamaron
Olavo Bilac, Alphonsus de Guimaraens y João da Cruz e Souza (hijo de esclavos negros y poeta de delirios místicos y eróticos) son considerados representantes del parnasianismo y del simbolismo, tendencias esenciales que surgieron a fines del siglo XIX.
Debe tenerse claro que el modernismo brasileño no revela las mismas resonancias de forma del caso hispanoamericano. Se trata de un tipo de vanguardismo expresado en obras como las de Manuel Bandeira (de verbo luminoso y macizo), “uno de los poetas fundamentales de la lengua portuguesa”, y Jorge de Lima, gran poeta místico.
También debemos mencionar a Ribeiro Couto y a Cassiano Ricardo, a quien hemos llegado a conocer en esta antología con dos interesantes trabajos.
Figuran también Murilo Mendes, autor que todo lo hace familiar y explorable; Cecília Meireles, uno de cuyos poemas basta con hacer memorable esta antología, y otros buenos creadores.
A pesar del manifiesto firmado por el poeta Péricles Eugênio da Silva Ramos, contra los excesos del modernismo, pensamos que el destino de la poesía brasileña ya está trazado con los grandes expositores de aquella tendencia.
Como indica Mario Camacho, “la poesía es hoy estuario de muchas vertientes”. Extraño sería que hubiese imperado una sola tendencia en país tan vasto.
Las voces que han nacido después de la mitad del siglo XX prosiguen dueñas de verdaderos contenido y experimentación, tales como Antônio Carlos de Brito, José Roberto de Almeida Pinto, Jorge Sá Earp y Floriano Martins.
Esta antología solo sirve un bocado al paladar, como toda selección. Será trabajo futuro proseguir con la traducción de antologías personales de estos autores brasileños –algunos universales y necesarios–, para que el Brasil nos ahonde más que su afamado futbol y sus curvas femeninas.