La coyuntura de los tiempos políticos nos presenta tres escenarios: En el primero, Johnny Araya gana las elecciones presidenciales del 2014. En el segundo escenario, las fuerzas opositoras se unen alrededor de un solo candidato y logran desbancar –en segunda ronda, eso sí– al candidato del PLN. El tercer escenario, aunque suene a ironía pura, es que la mayoría no vote por ninguno y sea ninguno, quien logre alcanzar la mayoría.
¿Por quién votar? Lo cierto es que hoy, el votante carece de entusiasmo pues no tiene a la vista candidatos, esto es, líderes políticos que lo impulsen a participar. Y es que el voto, que aquí siempre fue considerado algo fundamental para el ejercicio democrático, está perdiendo fuerza y hoy más que nunca, se avecina un abstencionismo récord. ¿La razón? Hoy, lo que tenemos en este teatro de escenarios sombríos, es una paradoja: Por un lado, muchísimos de nosotros sabemos sobre la importancia de ejercer nuestro derecho al sufragio, y tenemos toda la voluntad de votar; pero ¿por quién?
Yo confieso que por primera vez siento que no hay por quién votar. Al hacer un análisis exhaustivo de cada candidato, nos damos cuenta de que –sin mencionar la falta de experiencia política que les caracteriza a todos– hasta el día de hoy, es poco lo que cada uno ha mostrado al país en ideas y proyectos sobre los temas de mayor trascendencia.
La mediocridad ha alcanzado tal nivel, que ya no nos dicen. Ni nos proponen. Ni siquiera quieren debatir. En pocas palabras, no los conocemos porque no se han querido mostrar ante la opinión pública. Son candidatos al puesto político más importante y de mayor relevancia, pero pretenden nuestro voto sin mostrar sus capacidades para liderar el país. Y algunos, como gran cosa, se nos insinúan sin ninguna otra propuesta más que el querer sacar a Liberación Nacional del poder.
Una campaña política de altura. Echando un vistazo a lo que tenemos, la única persona –y además ex candidato presidencial– que en este momento tiene la capacidad para evitar una tercera victoria consecutiva de Liberación Nacional y adicionalmente, una clara visión de los problemas país y la experiencia política para ejecutar un proyecto-país de altura, es Ottón Solís.
El único problema, claro está, es precisamente que el señor Solís está convencido de que un cuarto intento suyo por alcanzar la presidencia, no modificará el hecho de que siempre alcance el 30% de los votos válidamente emitidos. Eso sin mencionar el grupúsculo que lo enfrenta en el seno del propio partido político que fundó.
Pero su obligación moral con el país, debería impulsarlo a admitir que solo él podría mover las bases de esta campaña política que se pronostica aburrida y sin contenido. Su sola participación generaría debates de altura, control en los presupuestos y/o despilfarro de recursos de la deuda pública, en fin, una campaña en donde se digan las verdades por encima de los discursos adornados de utopías y falsas promesas. Y es que los discursos de don Ottón –siempre enfocados en (1) ataques directos a los programas de gobierno de sus contrincantes y (2) la insistencia de la vocación del funcionario público para que haga su trabajo con ética y transparencia– en caso de no lanzarse a una candidatura presidencial, no los hará ningún otro candidato.
Pero con cambios necesarios. Claro que de proponer su candidatura, don Ottón debería hacer un giro, un cambio sesudo y estratégico para proyectarse con más mesura en su verbo y dejando atrás ese perfil de autócrata e intransigente con que se le ha estigmatizado por años. Pues si algo le ha faltado, es la madurez para proyectarse con una imagen más acorde a la investidura que tendría en caso de salir victorioso.
Aunque claro, esto es una utopía. Pues mientras no se atreva a lanzar su candidatura y logre consolidarse como candidato de la oposición, todo lo anterior no es más que palabrería que se la lleva el viento.
Su ausencia, será un gran vacío en la próxima campaña. Y su deuda moral para con el país, inmensa. Y mientras tanto, preparémonos para que Costa Rica viva la campaña política más deslucida y vacía de su historia. Y la ausencia de ideas. La ausencia de programas políticos. La ausencia de candidatos. La ausencia de votantes. Nuestro país, merece algo más que ausencias en este teatro de escenarios sombríos.