Dado que soy un anarquista que se entusiasma con el socialismo digital, la invitación recibida para comentar el discurso presidencial de cierre de mandato era, por decirlo así, un jaque a la descubierta.
Me agradó la solemnidad del acto, con la trompeta tocada por un equipo de sonido. Sé que nuestra Constitución tiene una rareza que justificaba la presencia de un sacerdote católico, pero dado que esa congregación hoy está fuertemente sitiada por la ética, sentí que eso debería cambiar ya.
Después empezó don Óscar. Hablaba con el suave acento meseteño que ya se pierde en las nuevas generaciones. “Pulítica”, “oportunidá”, “riales”. Uno asocia ese dejo a gente sencilla y humilde, y no a un funcionario que desplegaría una versátil arrogancia.
Hubo más contradicciones triviales, como cuando dijo que prefería la búsqueda de oportunidades y no la solicitud de favores, para un rato más tarde agradecer a los chinos el hermoso estadio. Pero otras no fueron fáciles de digerir. A mi gusto es muy serio que alguien se proclame demócrata y luego la emprenda contra el “excesivo poder de veto de las minorías”, o bien que diga que el liderazgo debería privar sobre la búsqueda de consenso.
Ciertos nudos fueron más concretos: Durante su gobierno el índice de muertes por homicidio por cada cien mil habitantes casi se casi duplicó. Al tratar el tema, don Óscar se limitó a decir que la Policía tiene ahora cuatro mil quinientos miembros más. Pero también afirmó que la inseguridad no se combate con una macana. ¿Entonces?
Hubo muchos datos; otros no salieron. ¿Cuánta droga pasa al año por nuestro país? ¿Se habrá reducido la cantidad? ¿Cuánto de nuestro PIB es de capital transnacional? ¿Cuánta gente ha vuelto al agro, a raíz del TLC?
Este Gobierno debe tener mucho mérito. Por lógica, si alguien se anima a decir que su obra es más vasta de lo que sería capaz de enumerar, y que resistirá la prueba del tiempo como la biblioteca del Quijote, sin duda se deberá a que trabajó mucho, él y su equipo. Así lo queremos, quienes queremos al país.