El Gobierno de Nicaragua ha violado la soberanía e integridad territorial de Costa Rica. Nuestro Gobierno ha reaccionado. Nuestro país (organizaciones y ciudadanos), también. ¿Cómo no hacerlo ante una arbitrariedad tan explícita y justificaciones tan inaceptables?
En el primer caso, estamos en el terreno de los hechos consumados: una decisión nicaragüense impuesta por la fuerza, que ha conducido a severos y continuos daños ambientales, la ocupación de una parte de nuestro territorio y el propósito de convertir la violación en una nueva “normalidad”.
En el segundo, entramos en el ámbito de la diplomacia. Visionariamente desarmados, sin un ejército que responda a la agresión con los disparos, nuestra defensa reside en el derecho internacional, los organismos multilaterales y un bien ganado prestigio como país serio y respetuoso de las normas que deben regir las relaciones entre estados. A todos estos instrumentos hemos recurrido.
La tercera dimensión --la reacción pública--, con sus múltiples voces, heterogéneas propuestas, justificado enojo, clamor por soluciones rápidas y hasta dosis de egocentrismo mezquino, se inscribe, esencialmente, en la dinámica socio-política.
La tarea.- El gran desafío del Gobierno, responsable primario de la estrategia nacional frente a la agresión, es cómo articular la mejor respuesta diplomática sin desatender el ímpetu agresor ni el clamor popular.
La tarea no es sencilla, porque estamos frente a expectativas, “lógicas” y tiempos distintos.
La vía de los hechos consumados, por la que optó Nicaragua, consiste en actuar, tomar terreno y tratar de que la nueva situación se consolide, con un horizonte temporal infinito.
El tiempo de la reacción pública nacional, en cambio, es la inmediatez. Todos quisiéramos que, por la fuerza de nuestra razón, Edén Pastora, su draga, los soldados, la destrucción ambiental y la intransigencia del Gobierno nicaragüense ya no estuvieran allí. Pero se mantienen.
Aquí entra la diplomacia, con un tiempo distinto: el de la paciencia estratégica. En esencia, se trata de cómo utilizar de forma sistemática e integral, y con buen sentido de progresión, los mejores instrumentos posibles, para lograr el resultado que todos queremos: recuperar nuestro territorio y, sobre la base del respeto mutuo, vivir en paz con nuestro vecino.
Esta es la gran apuesta del país. No nos queda otra. Porque no queremos encender pasiones ni sacrificar vidas. Por esto es preferible la prudencia eficaz por la que ha optado el Gobierno, a la inquietud imprudente por la que claman algunos.
Las rutas.- La buena noticia es que ya hemos tenido claros éxitos en esta ruta. La mala, que esos éxitos no tienen consecuencias inmediatas en el terreno.
El primer gran triunfo fue escoger una buena estrategia. Correspondía, como punto de partida, acudir a una solución bilateral. No funcionó, pero el desdén del Gobierno nicaragüense hacia esta opción abrió el camino hacia la siguiente etapa: la Organización de Estados Americanos.
En la OEA comenzamos con frustración, pero ya hemos cosechado dos victorias. Primero vino la resolución que –a pesar de Nicaragua y Venezuela-- acoge las recomendaciones de su Secretario General y pide “evitar” la presencia de fuerzas militares en la zona de conflicto; es decir, la salida de las únicas que están. Después se produjo la convocatoria a la reunión de consulta de cancilleres americanos, que será el 7 de diciembre.
¿Conducirá ese próximo encuentro al cese de la violación nicaragüense? Difícilmente. Sin embargo, aún hay modestos motivos para la esperanza, en esa y otras instancias de la diplomacia regional.
Pero aunque no se produjera ese resultado inmediato, sería otro paso en la dirección acertada.
Otra victoria, por el momento táctica, fue llevar el caso ante la Corte Internacional de Justicia, una jurisdicción que, al contrario de su rechazo a la OEA, Nicaragua sí ha reconocido como válida. Aunque también lento, este frente abre una ruta con mayores consecuencias en el terreno.
Además, la medida en que cumplamos estas etapas, habrá más posibilidades de emprender con éxito la posible ruta del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Si vemos la reciente escalada del conflicto entre las dos Coreas, podremos comprender que un caso como el nuestro no estaría en las primeras opciones a considerar por el Consejo.
Sin embargo, todo lo que sigamos haciendo de buena fe en las instancias regionales y en la CIJ, así como en organismos relacionados con el ambiente, ayudará a que el Consejo se abra a nuestro eventual reclamo.
La actitud.- En el ínterin, se impone la sensatez, a veces más lenta, pero regularmente más eficaz. Es lo que todos debemos comprender.
Por tener paciencia para no quemar etapas, hemos avanzado en la OEA.
Por movernos con sentido de oportunidad, nos adelantamos en la CIJ.
Por ser previsores y realistas, estamos dando los pasos que corresponden en la ONU, de forma sistemática y cuidadosa.
Desbordarnos en función de coyunturas o presiones internas sería lo peor.
Tenemos reales motivos de inquietud nacional y habrá inevitables muestras de impaciencia, pero el ancla debe fijarse en la madurez de los ciudadanos, tantas veces manifiesta en nuestra historia.
En un ensayo publicado en 1919, Wassily Kandinsky, el gran artista plástico ruso, dijo que una línea es “un punto puesto en movimiento”. Así es la estrategia nacional frente a la violación. Cada acción es un punto, pero su carácter no es estático, sino dinámico: una línea que va trazando el camino que más nos puede acercar al éxito.