La imaginación permite a las personas hacer de todo y eso fue comprobado la noche del miércoles, en el Teatro Melico Salazar, cuando el grupo coreano CheongBae presentó su espectáculo One .
Las personas –asiáticas o no– que fueron a ese recinto josefino, olvidaron que vestían trajes enteros o vestidos elegantes, e imaginaron que andaban puesto un han-bok . Eso, a pesar de que algunos asistentes nunca habían visto ese vestuario, como la alajuelense María Pérez.
Ya con la vestimenta adecuada, el show podía comenzar y hacer que los presentes salieran satisfechos.
Empezó. El Teatro Melico Salazar se teletransportó a Corea; Costa Rica quedó totalmente de lado. El escenario tenía, a mano derecha, un pergamino colgante, en el que se veía el nombre del grupo en coreano.
Mientras algunos movían su cabeza de un lado al otro, como si intentaran entender lo que decía aquel rótulo, otros intentaban divisar qué era lo que estaba puesto sobre el escenario.
El sonido de un nabal (instrumento de metal típico de Corea, que da un único tono sostenido) hizo que todos voltearan a ver hacia la salida, que está a la par de la cabina de sonido. Así empezó Sonido mutuo , la primera parte del espectáculo.
Park Bum-Tae era el encargado de deleitar a la gente con ese aparato. Detrás de él estaban los otros miembros de la agrupación, tocando el janggu (tambor de reloj), el buk (tambor de barril) y el kkwaenggwari (instrumento de viento). También hacían una especie de cánticos, que retumbaban una y otra vez.
Ellos estuvieron en ese mismo lugar durante unos minutos, luego empezaron a caminar cómodamente entre las butacas de la luneta, para llegar a la tarima, que estaba iluminada por una luz tenue de color rosada.
Los seis integrantes se quedaron de pie en el escenario, mientras hacían lo que les gusta: tocar y encantar. Terminaron su presentación y, en seguida, uno de ellos se acercó al filo del escenario y dijo con gran esfuerzo: “Costarricenses, que Dios los bendiga”. Por su origen, la pronunciación no fue la óptima y, por eso, unos sintieron ternura; otros, aplaudieron.
En la segunda parte, llamada Sonido de la nube ‘Resonancia’ , todo fue un jolgorio. Los coreanos, con su han-bok azul, parecían disfrutar de la vida: mientras la música hacía de las suyas, dos de los artistas –con un gocal (similar a un gran gorro blanco– bromeaban entre sí y con el público.
Esos dos se corretearon en la tarima y luchaban por tener la atención. A uno de ellos se le ocurrió la genial idea de intentar decir: “Pura vida, pura vida”. Fue reconocido con múltiples aplausos y uno que otro ‘¡Así se dice, así se hace!’.
Últimas. El ánimo estaba en su máxima expresión. El público estaba muy involucrado con el espectáculo y querían ver más de la maravillosa cultura coreana.
En la tercera parte del show , los seis artistas demostraron la habilidad que tienen tocando sus respectivos instrumentos. Tanto fue así, que los asistentes quedaron mudos y con la boca abierta.
El final se acercaba y los coreanos debían de entregar su dosis extra, aquella que terminara de hipnotizar a los presentes. Ellos sabían que lo lograrían al presentar el número llamado One, el juego .
Para esta, los artistas llevaban en la cabeza un gorro, que tenía amarrado unas largas cintas blancas. Con esas tiras, los coreanos simulaban brincar la suiza, entre otras actividades de niños.
La música parecía ser de suspenso y de alegría. Había de todo, para todos, y eso lo dejaron ver al dejar subir a unas 50 personas, aproximadamente, a la tarima para que bailaran en círculo, tal como si estuvieran haciendo un ritual.
Al final de la noche, los asistentes salieron del teatro, no solo vestidos, en su mente, con un han-bok , sino que también con esas ganas de querer conocer más de la cultura coreana.