Durante el siglo XVIII, el establecimiento de ermitas fue fundacional para algunas ciudades costarricenses. Así, el 12 de octubre de 1782, el obispo de Nicaragua y Costa Rica, Esteban Lorenzo de Tristán y Esmenola, bendijo un oratorio donde ofició la misa con la que se considera que se fundó Alajuela. No fue un acto oficial, sino religioso.
Luego de la misa se levantó un acta. El documento dice que el obispo estuvo “asistido y acompañado de distintas personas, así de la ciudad de León como de la de Cartago y Villa Vieja [Heredia] que se hallaron presentes a este acto, habiéndose juntado todos los vecinos de los cinco barrios de este término”.
Aquellos barrios eran La Alajuela, los Targuaces, Ciruelas, Púas y Río Grande, convocados por el cura de Heredia, Juan Manuel López del Corral. De las “distintas personas” acompañantes se ha hablado poco.
Tristán tenía varios meses en Costa Rica, arreglando entuertos. Sufrió una mala experiencia con una autoridad de Nicoya; luego enfrentó el desmadre provocado por la Cofradía de la Virgen de los Ángeles en Cartago, que utilizaba los edificios santos como garitos. Por esto tardó en atender la petitoria de los poblados del occidente del valle de Barva, que solicitaban el establecimiento de una “ayuda de parroquia”.
Con una notable comitiva, el obispo los visitó en octubre. No era frecuente que un alto prelado viniese a la provincia de Costa Rica, menos a una paupérrima aldea; era un gran acontecimiento. López del Corral organizó el suceso y encabezó el séquito junto con el secretario personal de Su Ilustrísima Persona, Francisco de Paula Soto.
Probablemente los haya recibido un tumulto. En los barrios vivían alrededor de 200 familias. Aquel día, nadie ha de haberse quedado en casa.
Los destacados firmantes. El Archivo Nacional custodia los Autos hechos sobre la creación de la Ayuda de Parroquia de la Villa Vieja de Heredia , que incluyen el acta firmada por los ínclitos acompañantes de monseñor.
El reverendo padre fray Ambrosio Bello fue uno ellos. Era un fraile observante del convento de Cartago, “exprovincial de la Sagrada Religión del Señor San Francisco”. La Regular Observancia franciscana solo admitía a frailes maduros y probados en la obediencia de la regla, y esto define a uno de los destacados acompañantes de Tristán.
Para los franciscanos, principales difusores de la religión en la Colonia, era importante estar donde se autorizase un oratorio. De ello devendría una población más nuclear y podrían ejercerse mayores controles sobre las limosnas y los diezmos.
La investidura de Bello como visitador general de la provincia autorizaba sus observaciones y sugerencias, que podrían pesar en la toma de decisiones de la alta jerarquía eclesiástica. Tristán ha de haber propiciado su participación.
Otro de los testigos fue fray Tomás López, misionero apostólico encargado de la reducción del pueblo de San José de Orosi, que para finales del siglo XVIII albergaba a unas 670 personas.
El franciscano López realizó exitosas incursiones en las poblaciones de los viceitas y de las montañas de Talamanca, donde vivían aquellos a quienes calificaba de “insumisos”. Junto con otros frailes, López atraía a los indígenas con “regalos de abalorios, hachas, machetes y otras cosas que son de su agrado”.
Una vez concentrados en la reducción de Orosi, los indígenas eran distribuidos en los poblados de Garavito y Tres Ríos para su explotación. Se les expoliaba el producto de su trabajo y no recibían ninguna paga.
Fray Tomás López tenía un particular interés en la zona de Alajuela. Luego de haber participado en la exitosa conquista de los guaimíes, deseaba allegarse a la zona de los guatusos “para reducirlos a nuestra santa fe”. A fin de emprender aquella incursión, le parecía un buen camino entrar por Púas, uno de los “cinco barrios” del occidente barveño.
Aventurero incansable, López era experto en adentrarse en la montaña y en descubrir las ocultas poblaciones indígenas que le proporcionaban almas.
Los indígenas habían elevado protestas que ya eran conocidas por el obispo Tristán, pero no habían tenido respuesta satisfactoria. Sin embargo, al año siguiente, Su Ilustrísima Persona fue personalmente a algunos asentamientos, acompañado por López.
En 1783, en una de las expediciones, fray Tomás López cayó asaetado por flechas de indígenas. Fue abandonado por sus compañeros, quienes huyeron dejándolo a morir en la montaña o a manos de los nativos.
Más caras de oficio. Uno más de los acompañantes de Tristán en el día de la germinal misa “lalajueleña”, fue el presbítero José Francisco de Alvarado, natural de Cartago. El obispo había tenido en Alvarado a uno de los testigos que corroboraron una gravísima denuncia.
Meses antes, don Esteban Lorenzo había atendido el clamor del cura rector de la iglesia parroquial de Cartago, Ramón de Azofeifa. Lorenzo pedía la intervención obispal ante un escándalo: la casa de la Congregación de la Cofradía de la Virgen de los Ángeles era usada para muchos fines, todos impíos.
Monseñor Tristán ordenó a Francisco Juan de Pazos, promotor fiscal del obispado, que levantase una información que debía ser confirmada por testigos fidedignos e intachables, pero no los encontró en Cartago.
Al fin, quienes declararon fueron tres sacerdotes; uno, Alvarado, dijo haber “visto y presenciado los convites, almuerzos, comidas y cenas, bailes y zarabandas que duran toda la noche, comedias y toros”.
Así, al menos desde marzo de 1782, Tristán compartía con Alvarado luchas por asuntos eclesiales. No es de extrañar que el Excelentísimo le pidiera al cura rector que lo acompañase a La Alajuela, y llegaron juntos.
Entre los conspicuos compañeros del obispo de Nicaragua y Costa Rica también figuró el alférez real don Antonio de la Fuente y Mendaña, quien por entonces contaba con 44 años pues había nacido en España en 1738.
En la provincia de Costa Rica, De la Fuente logró una carrera política notable. En Cartago, aparte de haberse involucrado en lides con personajes locales de postín, se desempeñó como regidor y regidor perpetuo del ayuntamiento, procurador síndico (1774), alcalde ordinario (1777 y 1780) y teniente de gobernador.
De la Fuente obtuvo el grado de capitán. Casó en 1763 con María Francisca de Alvarado y Baeza. A una de sus hijas, María Francisca de la Fuente y Alvarado, le tocaría el honor de ser la madre de Anselmo Llorente y Lafuente, el primer obispo de Costa Rica.
Causas ocultas. Es posible que Antonio de la Fuente fuese el personaje de mayor jerarquía oficial en el séquito de Tristán. Como autoridad cartaginesa, y como testigo sobresaliente, validaba el acto con su presencia y su rúbrica.
La mayoría de la gente que provino de los barrios no sabía leer, escribir ni firmar; ni siquiera Lorenzo Loría, el alcalde a prevención de los campos, que hasta entonces era el funcionario más destacado como autoridad en aquellos llanos. A duras penas, los de los cinco barrios consiguieron con qué vestirse para asistir al acto. En realidad, tampoco tenían idea de lo que les atraería aquella “fundación”.
Lo que las autoridades oficiales y eclesiásticas pretendían era ejercer mayor control sobre la recaudación de los impuestos y los diezmos. Los habitantes de la zona occidental del valle de Barva, constituidos como La Alajuela, a partir de entonces estarían bien vigilados y mejor cobrados. Ante aquello, se veían en poco los costos e incordios surgidos por trasladar y atender a quienes fungieron como testigos y firmantes.
La jornada probablemente haya concluido con una gran fiesta para los invitados especiales.
El autor es escritor e investigador de la historia de la ciudad de Alajuela.