Para nadie es un secreto lo mucho que se ha hablado sobre la necesidad de mejorar la educación. Varios ministros en las últimas dos décadas se atrevieron a sugerir la posibilidad de una reforma radical sin entrar en mayores detalles ni tampoco comprarse grandes pleitos por eso.
Lidiaron con lo suyo y se fueron, y el sistema quedó ahí, soportando la recarga de una gran cantidad de universidades (61, entre públicas, privadas e internacionales); el rezago en infraestructura educativa pública (de más de 20 años), el debilitamiento en la formación docente, y la migración de miles de niños y jóvenes de clase media hacia la educación privada.
No es sino hasta el 2005 cuando, a través del Programa Estado de la Nación, se comienza a hacer un análisis concienzudo y serio sobre la realidad educativa nacional.
El último informe sobre el Estado de la Educación (2008) menciona como algunos de los principales problemas del sistema la cobertura de la educación secundaria y universitaria; el surgimiento de un gran número de universidades privadas, los débiles mecanismos de contratación del MEP, la carencia de infraestructura y la formación de los docentes.
Tres años antes, el primer informe visualizó 14 retos del sistema educativo costarricense. Mencionó, por ejemplo, la necesidad de universalizar la educación preescolar y la secundaria; la urgencia de disminuir las brechas sociales y regionales y de retener a los y las estudiantes en el sistema educativo.
Al mismo tiempo, consideró importante trabajar para reducir la reprobación y mejorar la eficiencia y calidad del sistema educativo; las precarias condiciones de trabajo docentes; ampliar la inversión y solventar las carencias de infraestructura.
“(...) para elevar el rendimiento en escuelas y colegios, se requiere fortalecer la dimensión académica mediante sistemas de diagnóstico temprano y programas de refuerzo, orientación, apoyo y seguimiento a los estudiantes, así como mejorar la infraestructura educativa y la dotación de equipos.
“Al mismo tiempo, es necesario promover la dimensión ética, mediante la creación de ambientes de aprendizaje en los que se conjuguen el acceso al conocimiento, el arraigo de valores para la convivencia democrática y la comunicación, incluyendo las expresiones artísticas y la adopción de prácticas para una vida saludable.
“Lo anterior debe hacerse en un marco de mayor articulación entre los distintos actores que intervienen en el proceso educativo: las familias, las entidades y personas que formulan las políticas, quienes desarrollan los currículos y las estrategias pedagógicas, quienes forman a los docentes, quienes se encargan de su capacitación continua, quienes ejercen la docencia y quienes la reciben”, recomienda el último informe.
Hasta ahora, algunas de esas propuestas se han concretado con iniciativas como “El cole en nuestras manos”, el Festival Estudiantil de las Artes, el apoyo a las ferias científicas y un mayor impulso a los Juegos Deportivos Estudiantiles.
Además, desde hace tres años no faltan pupitres y se están haciendo cambios curriculares radicales.
¿Será que esta vez se hace? Eso todavía está por verse.