Los practicantes de la disciplina de economía, padecemos ciertas dudas íntimas y contradicciones intelectuales que pocas veces reconocemos de modo sincero y público. Me refiero a ellas como “síndrome” porque parecen “un conjunto de síntomas característicos de una enfermedad” (DRAE), el cual envuelve elementos de académicos, profesionales y éticos.
No es un fenómeno exclusivo de economistas: afecta en general a personas formadas en cualesquiera ramas de conocimiento o experimentadas en correspondientes actividades; y suelen efectuar tareas ya de mucha discrecionalidad (e. g.: ingenieros, médicos, abogados), ya de alta autoridad (e. g.: ejecutivos, gerentes, administradores).
En este artículo, me referiré al tema en mi campo de conocimiento y entre los miembros de mi gremio; pero no me arriesgaré solo, sino en compañía del conocido y reconocido maestro Eduardo Lizano Fait.
Dos dificultades. Dice don Eduardo que, después de medio siglo de moverse entre la academia y el servicio público, como policy-maker (elaborador de políticas), ha percibido dos tipos de problemas que desea compartir: dificultades que afectan individualmente al profesional cuando se desplaza de un campo a otro; escollos al diálogo entre académicos y policy-makers .
Al respecto, es necesario aclarar lo siguiente: esos dos conjuntos de dificultades incluyen los componentes del “síndrome” arriba mencionado, entre otros; se intersecan, impidiendo una distinción nítida o separación completa; y, dentro de ambos, se debe destacar los intereses privados, preferencias y relaciones personales que influyen en el comportamiento profesional del economista.
Lectores y lectoras, ustedes pueden precisar y valorar la posición de don Eduardo, por su propia cuenta, en los siguientes documentos publicados por Academia de Centroamérica: el primero es una exposición intitulada “Afterthoughts on public policy”, hecha en la XX Conferencia de la Sociedad para el avance de la socioeconomía (Sase, 2008); el segundo es un cuaderno intitulado ¿De lo obvio a lo risible? (2010).
En lo que resta de este artículo, trataré de resumir lo más fielmente posible cuáles son las preocupaciones del autor sobre academicismo, profesionalismo y ética en economía. Es probable que falle, pero se trata de iniciar un diálogo de buena fe, en que estoy dispuesto a rectificar; y, como decía David Bohm, el diálogo es un “juego” en que ambas partes ganan, ninguna pierde, porque, ya sea confirmando sus aciertos o corrigiendo sus errores, cada parte aumenta y mejora sus conocimientos. En lo esencial, entiendo las ideas del autor así:
kReconoce que los rigores académicos y sus visiones de largo plazo, por más correctos o justificados que sean, frecuentemente son sacrificados en medio de circunstancias de actualidad y presiones de corto plazo.
kEl economista, como profesional en elaboración de políticas públicas, cualquiera sea su capacidad, participa en la toma de decisiones sobre qué afectar y resolver; lo cual implica decidir qué no afectar y queda sin resolver.
kLo anterior obliga a escoger entre alternativas y opciones ético-morales de pensamiento y acción, que mueven la consciencia o el espíritu propio, así como la lealtad y el equilibrio con otros.
Al enumerar y analizar los componentes del “síndrome” descritos por don Eduardo, debo confesar que no tengo completamente claro hasta dónde llegan las preocupaciones de él y dónde comienzan las mías; además, sospecho que cada colega economista tendría la misma incertidumbre. Pero lo importante es que todos seamos suficientemente sinceros, humildes y decididos para preguntar “¿Qué debemos hacer al respecto?” y adoptar cada uno su propia posición al respecto, como hace don Eduardo, ponderando de modo consciente y explícito los más preciados valores, en la forma sugerida por Karl Gunnar Myrdal.