Pido permiso a mis co-partidarios del PAC y todos los ciudadanos diferir de su aparente interpretación que el retiro de don Rodrigo Arias Sánchez sea un indicador de buena marcha de nuestra democracia. Esta opinión es demasiado lineal, demasiado simple: “Don Rodrigo no goza de la simpatía pública, por tanto, no podía ser candidato del Partido Liberación Nacional (PLN) y, mucho menos presidente”. Si las cosas fueran así de claras y nítidas, habríamos alcanzado un paraíso político y, como creía Francis Fukuyama (entiendo que ya no tanto), sólo tendríamos que trabajar duro para operarlo económicamente. No, no comparto eso.
Ningún “sistema” existe o se impone por sí mismo y tampoco los “sistemas políticos” están separados de los “sistemas económicos”. Desde hace mucho tiempo en la sociología inglesa se ha venido pidiendo cuidado contra la “hipóstasis” del concepto de sistema, concediéndole significado supra-humano o, por lo menos, extrahumano. Los sistemas sociales son relaciones entre seres humanos, cuyo comportamiento es integral o único, desprovisto de compartimentación (p. e. “económico”, “político”, “cultural”, etc.).
Es una aberración, ficción o confusión engañosa creer que Don Rodrigo descubrió su alejamiento de la voluntad particular y queésta no era económicamente viable. Pienso que fueron hombres de carne, hueso, alma y dinero –se le olvidó a Unamuno agregar– los que rechazaron a Rodrigo Arias, porque no servía a sus intereses. Si no tomamos en cuenta esto último, los poderosos (incluidos la familia Arias y Rodrigo mismo) se limitarán a canalizar sus recursos a través de otros individuos; lo cual mantendría intacto el sistema: ¿qué otra cosa entendía don Rodrigo, cuando dijo que vuelve a sus actividades privadas, que también le generan satisfacción/ personal? ¡Arismo, sin un Arias o arista a mando del Gobierno, temporalmente! Así trataría de capear la tormenta, en espera de que surja un nuevo y mejor día para “re-presentar” su rostro.
Me di cuenta, cuando conversamos dos veces don Óscar y yo en junio-julio de 2011), que él sabía muy bien que la candidatura de su hermano fracasaría; pero era necesario “darle la oportunidad”. Al intercambiar obras literarias y pensamientos recientes, don Óscar no entendió –o, tal vez, no quiso entender– que, más que cambiar las aspiraciones de su hermano dentro del sistema, mi esperanza, ciertamente improbable, era que él, su hermano y sus allegados cambiaran.
Estimado Óscar, yo leí los dos libros que me obsequió, y espero haberte reciprocado parcialmente con el mío, especialmente las partes V, VI y el apéndice 4. La aspiración de su hermano quedó en el camino, y Johnny Araya Monge tendrá, eventualmente, que tomar medidas extremas, extremísimas, para no ser –¡paradoja de paradojas!– quien complete y selle su obra de abortamiento a una hermosa Costa Rica solidaria que nacía entre 1950/1960 y 1975/1985; la cual queríamos consolidar entre 1985 y 1990.
No. El asunto no es tan simple. Quedan muchas cosas por entender, mucho trabajo que hacer, sobre las interacciones temporales y eternas entre lo individual y lo colectivo. Y, lamentando no haber hecho más, haber dicho más, en medio de todo lo que sucedía, ruego para que nos sean concedidos “aedos” o “aegis” suficientes de lucidez, de verdadera lucidez, para contribuir a sortear el precipicio. Pero no nos engañemos: conforme al reciente decir de Jaques Sagot, “será difícil, qué difícil”.