¡Ya volvieron! Hace apenas alrededor de dos años, Erskine Bowles y Alan Simpson –los copresidentes de la desaparecida y nada llorada comisión de deuda– nos advirtieron de que teníamos que esperar una terrible crisis fiscal dentro de, este', dos años, a no ser que se adoptara el plan que ellos proponían.
La crisis no se ha materializado pero ellos, no obstante, volvieron con una nueva versión. Y, en caso de que a uno le interese, después de la elección del año pasado –en la que los votantes estadounidenses pusieron en claro que quieren preservar la red de seguridad social al tiempo que se aumentan los impuestos a los ricos– los famosos fomentadores del temor fiscal se han movido hacia la derecha y piden aún menos ingresos y aún más recortes de gastos.
Pero a usted no le interesa. ¿Cierto? La verdad es que a casi nadie. Bowles y Simpson tuvieron su momento: el año horrible 2011, cuando Washington era esclavo de los reprendedores del déficit que insistían en que, frente a un desempleo a largo plazo sin precedentes en la historia y con costos de préstamos más bajos que nunca, olvidamos los empleos y nos concentramos exclusivamente en una “gran negociación” que supuestamente (no realmente) pondría fin para siempre a las disputas sobre el presupuesto.
Ese momento ya pasó. Hasta Bowles admite que la búsqueda de una gran negociación está en “cuidados intensivos”. ¡Convoquemos a un panel de la muerte! Pero el legado de aquel año de vivir alocadamente sigue vigente, en la forma del “secuestro”, una de las peores ideas de políticas en la historia de los Estados Unidos.
Esta es la forma en que sucedió: los republicanos se embarcaron en una toma de rehenes sin precedentes y amenazaban con empujar a los Estados Unidos a la mora, porque se rehusaban a elevar el techo de la deuda si el presidente Barack Obama no aceptaba una gran negociación de acuerdo con los términos de ellos.
Obama, ay, no se paró firme; en vez de eso, trató de ganar tiempo. Y, de algún modo, ambas partes decidieron que la forma de ganar tiempo era crear una máquina fiscal del día del juicio final que infligiría daño gratuito a la nación por medio de recortes de gastos, a no ser que se lograra una gran negociación. Claro, no hay negociación, y la máquina del día del juicio final se apagará a finales de esta semana.
RESPONSABLES. Tiene lugar un tonto debate respecto a quién carga con la responsabilidad por el secuestro que, casi todo el mundo acepta ahora, fue una idea realmente mala. La verdad es que republicanos y demócratas por igual se apuntaron con esta idea. Pero eso es cosa del pasado. La pregunta que debíamos estar formulando es quién tiene un mejor plan para manejar las secuelas de ese error compartido.
La política correcta sería olvidar todo el asunto. Estados Unidos no enfrenta una crisis de déficit ni tampoco encarará una crisis de esa naturaleza en el futuro previsible. Mientras tanto, tenemos una economía débil que se está recuperando demasiado lentamente de una recesión que empezó en el 2007. Y, como enfatizó recientemente la vicepresidenta de la Reserva Federal Janet Yellen, una de las principales razones de la floja recuperación es que el gasto del Gobierno ha sido mucho más débil en este ciclo empresarial que en el pasado. Debíamos estar gastando más, no menos, hasta que nos aproximemos al empleo total; el secuestro es exactamente lo que el médico no recetó.
Desafortunadamente, ninguno de los partidos está proponiendo que sencillamente cancelemos todo. Pero la propuesta de demócratas del Senado al menos va en la dirección correcta, al reemplazar la mayoría de los recortes de gastos destructivos –aquellos que golpean a los miembros más vulnerables de la sociedad– con aumentos de impuestos para los ricos y retardando la austeridad de forma tal que se proteja a la economía.
Los republicanos en la Cámara, por otra parte, quieren tomar todo lo que hay de malo en el secuestro y empeorarlo: cancelar recortes en el presupuesto para la defensa, que en realidad contiene mucho desperdicio y fraude, y reemplazarlos con severos recortes en la ayuda a los más necesitados en los Estados Unidos. Esto golpearía a la nación por partida doble: reduciría el crecimiento al tiempo que aumentaría la injusticia.
Como siempre, muchos críticos quieren presentar el punto muerto sobre el secuestro como una situación en la que ambas partes están fallando y en la que las dos debían ceder. Pero en realidad aquí no hay simetría.
Una solución salomónica presumiblemente comprendería una mezcla de recorte de gastos y aumento de impuestos; bueno, eso es lo que los demócratas están proponiendo, mientras que los republicanos siguen imperturbables respecto a que debe ser solo recortes. Y dado que los recortes propuestos por los republicanos serían aún peores que aquellos que sucederían en el caso del secuestro, es difícil ver la razón para que los demócratas del todo negocien, como opuesto a sencillamente dejar que el secuestro tenga lugar.
Así las cosas, aquí vamos. La buena noticia es que comparado con nuestras dos últimas crisis autoinfligidas, el secuestro es algo de relativamente poca monta. Una falla en elevar el techo de la deuda hubiera amenazado con causar caos en los mercados financieros; falla en lograr un acuerdo sobre el llamado despeñadero fiscal hubiera llevado a tanta austeridad inesperada que bien nos hubiéramos hundido de nuevo en la recesión. El secuestro, en contraste, probablemente costaría “solo” alrededor de 700.000 empleos.
Pero el desastre que se cierne continúa siendo un monumento al poder de ideas verdaderamente malas, de ideas que la clase dirigente que está en Washington, como un todo, de alguna forma estaba convencida de que representaban gran sabiduría.
Traducción de Gerardo Chaves para La Nación
Paul Krugman es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y Premio Nobel de Economía del 2008.