Esta no es la voz “del hombre que está dormido en el fondo de cada hombre”, como pensaba Octavio Paz. Sordomuda es la voz de una mujer que esquilma las palabras, y también la voz sonora de un matrimonio malavenido con el que hay que lidiar de por vida porque separarse sería la ruina de ambos.
En Sordomuda –libro hoy reeditado–, el poeta argentino Jorge Boccanera describe una relación que nació en la infancia, en medio de las estrellitas de talco en los espejos del peluquero, entre los vientos arbitrarios y devastadores de su amado puerto del Atlántico –Ingeniero White–, a través de las revistas cómicas leídas en la barbería del abuelo, sumado a ese legado prematuro de las luces de Edgar Allan Poe y de “esa niña Sordomuda, probándose vestidos a la hora que los demás duermen”.
Desde allí, el viaje con la “vieja pendeja Sordomuda”, interrumpida a veces por los cantos de sirena del viajero empedernido que carga las maletas del exilio, y paga el taxi con la misma moneda de oro con la que compra los signos secretos de la mudez.
“Vivimos maniatados espalda con espalda”, cubriendo a cuatro manos la vela para que no se apaguen los rezos ni los ruegos pues qué sería de él sin ella, sin esa voz muda tan prolija, sin ese aplauso cerrado entre un castillo de mimbre que suele obsequiarle, a manera de recompensa solidaria: “Nadie vivirá nunca con el otro / mientras deje afuera la fantasía del otro”.
Habrá que perdonarle que “baile en el piso de arriba, que baje las escaleras con fuerte zapateo y ponga la radio a todo volumen cuando él intenta escribir”. Ella es “más salvaje que un colibrí” y no admite competencias: quien “pierde palabras tiene los días contados”.
También es aconsejable recalcar que este hombre –el compañero de viaje– nació en el País del Diablo, o en el Puerto de la Esperanza (ambos se disputan la membresía), al Sur del Sur del continente, en un puerto hondo como un hueco negro, junto a los marineros y sus barcos, escuchando idiomas de otras regiones que contribuyeron a nutrir la imaginación del bucanero en ciernes.
Ávido lector desde temprana infancia, viajó persiguiéndose a sí mismo, “enterrado en las arenas del exilio” y elaborando con metáforas una metáfora total, un arte poética a dos voces que salen de un mismo corazón. Precisamente eso es lo que nos dice cuando habla con otros de su Sordomuda :
“En realidad yo no sabría explicar por qué me atrapa una figura, en algún momento me atrapó un personaje al que llamé ‘la sordomuda’, que usaba para reflexionar sobre la poesía, pero no con conceptos, sino sobre un personaje, metiendo un personaje en un libro como si fuera una historieta, como si esa niña sordomuda que ya en ‘La Cava’ te pide monedas, y para que vos le des una moneda te muestra la lengua, y la lengua está vacía, la poesía es una lengua vacía, y después viene y me cuenta a mí, y yo tengo que entender el mundo contado por una niña que no puede hablar. Eso es un poco la poesía, esa imposibilidad. De repente hay elementos o figuras que uno encuentra como una metáfora de todo lo que quiere decir”.
No sé cuál de los dos sacó mejor provecho de la relación, ni cuál fue el alter ego del otro, pero, si se tratara de la separación de los bienes gananciales, habría que decir que Jorge Boccanera se llevó la mejor parte.
A estas alturas del partido, no he conocido lengua vacía tan prolífica: una decena de poemarios, varias antologías con su obra en Europa, Asia y varios países del continente. Ha escrito libros de ensayos, de crónicas y testimonios, y ha obtenido numerosos premios y reconocimientos en América y en países del otro lado del Atlántico, además de haber sido capitán y mari-nero de varias revistas, tanto en su país como en otros, donde encontró refugio temporal.
Yo, que vi salir la primera edición de Sordomuda (EDUCA, 1991), celebro que esta reclame el lugar que le pertenece, a pesar de los veinte años que pasaron después de su primera edición. Gracias a la Editorial Germinal y a Juan Hernández, hoy regresa a la escena literaria con una historia de tan grata memoria para muchos jóvenes de ayer. Impactará con el mismo rigor de antes, cautivará a un nuevo público, como entonces me cautivó a mí, al igual que ahora me cautiva con esta relectura.
Telenovela
“Sordomuda, / yo cargo las valijas, yo compro los boletos / y soy tu catador, el señor de las flores, / tu pareja de baile en el salón Colonia de México D. F. / Yo soy tu lazarillo y te compro historietas y soy / tu guitarrista, el chofer de tu almohada, a / veces el jinete, a veces el caballo. / Mudita de mi alma, yo te elijo perfumes y te / exhibo como el Príncipe Orsini al luchador / Jacob, La Bestia, en un cine mugriento. / Y soy el del retrato, tu instructor, tu pupilo, / el cara de payaso, un pasajero en tu sudor / apenas, Sordomuda, el que reza en tu / cuerpo”.